Contigo Zurekin presentó ayer la idea de que la futura sede del Instituto de la Memoria, que estará en el Palacio de Rozalejo, se llame Maravillas Lamberto, en homenaje a la niña asesinada junto a su padre por los golpistas en 1936. Dice Contigo que así se hizo llamar también el lugar extraoficialmente mientras fue ocupado por jóvenes hace unos años. De la misma manera, afea que fuese el nombre propuesto por el Ayuntamiento de Pamplona para denominar el proyecto de resignificación de los Caídos, idea que ya ha recibido bastantes críticas y que el propio alcalde Asirón manifestó estar dispuesto a revisar.

A ver, creo que nombrar un edificio de este estilo con un nombre propio, por muchas resonancias que tenga, no deja de ser un error, por buena que sea la intención. No sé qué tiene Maravillas Lamberto que no tenga Alfredo Aguirre o miles de fallecidos más en la Guerra Civil o muchos asesinados por ETA, como el bueno de Alfredo, reventado por una bomba hace apenas 40 años con 14 años. O asesinados por la violencia oficial, que los hay.

¿Son más terribles unos casos que otros y por tanto más llamativos? Puede ser, pero una muerte es una muerte y cuando se te arrebata la vida de manera injusta y violenta todas esas muertes merecen el mismo respeto y consideración, así que no veo qué necesidad hay de personalizar, ni los Caídos, ni la Memoria ni nada en concreto que abarque, como son ambos casos, un espectro enorme de personas de toda clase y condición. Aquí somos mucho de coger algo y utilizarlo hasta la saciedad, pero, en el caso que nos ocupa, sinceramente pienso que dar un nombre propio en este contexto es una equivocación mayúscula, no porque la persona mentada o sus familiares no merezcan un recuerdo, sino porque la merecen miles de personas y miles de familias. Ya digo, entendiendo la idea tanto de Contigo como de Asirón, confío que ninguna de las dos progrese.