No me fío al 100% de los personajes públicos inevitablemente simpáticos. No digo que no haya algunos y algunas de ellos que no sean genuinamente simpáticos y buenísima gente, faltaría, solo que cuando de la esfera pública hablamos tiendo a creer que puede -puede, no digo que sea así- haber detrás una simple interpretación para obtener un marketing positivo a nivel de imagen, contratos, etc, etc, una exageración de la simpatía hasta extremos que sobrepasan la normalidad.

Me pasa con Pogacar, el actual mejor ciclista del mundo y quizá el mejor de las dos últimas décadas o tres. Es posible que el tipo sea tan buenazo y sonriente como aparece en sus redes y en público, pero a mí, sinceramente, no me deja de parecer que, como ocurre con las apariciones públicas de muchos famosos, pueda haber detrás simples estrategias para meterse en el bolsillo al personal, como si no los tuviese ya suficientemente metidos gracias a sus gestas ciclísticas o como si quizá para hacerse perdonar su canibalismo deportivo lo compensase con esa naturalidad fuera de la carretera. Ya digo, igual el tipo es un sol, es así y punto y yo un mal pensado.

De hecho, insisto en que incluso si fuese, que no lo sé, una cierta estrategia, no sería nada nuevo, puesto que esto se inventó hace mucho y salvo excepciones los personajes públicos siempre aparecen ante los demás mostrando en su mayoría su mejor cara, lo que es algo lógico.

En el caso de Pogacar, además, se da la circunstancia de que se mide en las grandes vueltas con el serio y circunspecto Vingegaard, que pocos amigos hace vía imagen, y con el tirando a fantasmón Remco Evenepoel, lo que deja al esloveno como el hijo ideal: campeón legendario, chaval sanote y sonriente y buena gente. No sé, demasiado perfecto. Aunque quizá lo único que me pasa es que no corre en mi equipo y sí en el rival. Yo qué sé. Verle correr, en todo caso, una maravilla.