I es una treintañera que vive y trabaja fuera de la Comunidad Foral y de vez en cuando vuelve. Desayuno con ella y nos contamos los últimos chascarrillos. Retransmito en primicia el del encuentro en el bar porque no tiene pérdida. I estaba con su grupo cuando se le acercó un chico que fue noviete de una amiga y al que no veía desde bachiller. Al chico le llamaremos el delegado de la norma.
Pero bueno, I, estás muy guapa, guapa, guapa, guapísima. Oye, de verdad. A ver, no pienses que antes no eras guapa, pero estabas más gordita y bueno… Oye, pero qué guapa estás.
Pues eso, que no te ves hace la pila de años y lo primero que te sueltan es, de entrada, innecesario. Al oír esto, I se pregunta cómo estaría y, sobre todo, cómo la vería entonces su interlocutor, pero decide que es sábado a la noche, que mejor buen rollo y opta por la sonrisa. Sonrisa que sostiene las tres o cuatro veces que el delegado de la norma se le vuelve a acercar. Cariñoso, eso sí.
Oye, no pienses nada raro, dice el delegado enseñando el anular convenientemente anillado, que estoy casado y dentro de un mes voy a ser padre. ¿Tú tienes pareja?
No, estoy soltera, contesta I. El delegado le recuerda que es el momento y más tarde intentará presentarle a unos amigos. Es un hombre concienzudo.
I le da la enhorabuena y pregunta por el nombre de la criatura y el delegado lo dice al tiempo que le pone la mano en la tripa y suelta no te preocupes, ya te llegará.
En resumen, una puede ir tranquila por la vida, sin prestar atención a lo que de verdad importa porque siempre habrá una buena persona que te lo recuerde.