Una cadena de hamburguesas abrirá la próxima semana en el Paseo de Sarasate en el local que fue un pub irlandés y, antes de él, otro bar no irlandés y antes… no me acuerdo. Quien dice hamburguesería, dice cualquier otra cosa porque la desaparición del comercio tradicional, en el peor de los casos, o la conversión de bajeras vacías en espacios para firmas foráneas y potentes es lo que se lleva. Es tan fácil como asomarse a la ventana y mirar. ¿Qué había antes de que sólo viéramos persianas bajadas, kebabs o uno de esos bares franquiciados?
En mi caso, el ultramarinos de Joaquín y una juguetería. No es este momento ni lugar para pataletas; pero en mi barrio, en mi ciudad, en muchas otras es tan alarmante el ritmo de desaparición de tiendas clásicas y familiares que agota. Da miedo lo poco que resta para no encontrar una mercería, un ferretero o una casa de iluminación y, en parte, es nuestra responsabilidad. Esta semana comentaba con unas amigas que la centenaria Droguería López corre riesgo cierto de cierre porque su último propietario está a punto de jubilarse y no encuentra relevo. A mis interlocutoras les dio una pena infinita imaginar clausurada la esquina de San Antón y San Miguel. Eso sí, tuvieron que hacer memoria para recordar la última vez que entraron allá. Pues eso.