Otro cambio de época. Veremos por quién doblan las campanas este domingo en Alemania y qué pasa con Europa. La socialdemocracia va camino de asemejarse a la aldea gala de Uderzo, pero sin pócima mágica. Hay una mezcla de incertidumbre y perplejidad tras la entrada en escena de Trump, y no solo en la izquierda. Federico Jiménez Losantos, por ejemplo, está que trina. El locutor más pendenciero no perdona a Trump su sintonía con Putin. Trump ha dejado a la UE a la altura de los caballos, ha decretado la derrota de Ucrania y se erige en mariscal imperioso y mamporrero que ya asusta a progresistas, conservadores y reaccionarios con reflejos. La derecha española se empieza a mover. El tablero alemán podría servir de pretexto a una futura ‘gran coalición’ en el Estado, sueño de las élites clásicas. Vox ya habría cumplido así su cometido. El bipartidismo va a volver a expedirse como receta para las anginas ultras, justo cuando el saco sin fondo del gasto militar va a levantar ampollas a la izquierda del PSOE.
REARMES IDEOLÓGICOS
El golpe seco y descarnado del trumpismo concede oportunidades a todo el mundo. A la izquierda del OTAN no, bases fuera, y también a la socialdemocracia, por contar con un motivo extra para remarcarse. En eso se va a centrar el Partido Socialista. Hace una semana tuve ocasión de ver en directo a Pedro Sánchez en Logroño. Los mítines siguen cumpliendo un papel esencial a la hora de armar emociones en las militancias. Con look de galán de cine o de entrenador de muchos quilates, Sánchez exhibió carisma. Acusó a la derecha y la extrema derecha de ser fuertes con el débil y serviles con el poderoso, alertó contra las ‘tecno-oligarquías’ y destacó que el PSOE es un “partido de ganadores”, idea troncal marca de la casa, que trasciende el marketing. Sánchez asegura que habrá legislatura completa, y apunta incluso a 2030, aspirando a más de una década en la Moncloa. Un ciclo que comenzó en 2018 y ahora discurre junto a Sumar, vichyssoise que los socialistas van sorbiendo a traguitos.
Un progresismo intentó crecer sin Podemos y una izquierda se imagina pistonuda sin el PSOE. Son dos elucubraciones condenadas al fracaso
Yolanda Díaz se lo creyó tanto que ninguneó a Podemos, y el resultado final pinta ruina por ambas partes. Es muy complejo competir en carácter ganador con el PSOE, y más con Ferraz comandando un Gobierno de coalición progresista. Eso era consabido, pero las refriegas navajeras en parte de la izquierda, de ida y vuelta, pueden acabar en un colosal naufragio.
ESPEJISMOS
Tal vez lo más singular de Sánchez sea su capacidad de proyectarse infatigable, como si llevase solo un año en el poder, sabiendo que el Partido Socialista, incapaz de despegar, arrastra un aprieto con Sumar.
El autoengaño que catapultó de inicio a Díaz, lideresa hoy refutada, tiene ribetes psicológicos dignos de análisis sobre la condición humana. La izquierda que se aglutinó en torno a Unidas Podemos, tan preñada de racionalismo, lleva tiempo extraviándose, de forma tan reiterativa como parodiable. Un problema de lectura y de actitud extensible a otros espacios. Aquí todo quisque se cree la oblea, cuando la realidad nos desmiente a base de bien. Confundirse insistentemente en política es indicio de necedad, como quitarse el apetito a base de gominolas. Hay un progresismo que intentó crecer sin Podemos, y hay una izquierda que se imagina pistonuda alejada del PSOE. Son dos elucubraciones condenadas al fracaso, dos formas de escapismo, más aún en un panorama tan maltrecho como el que atraviesan magentas y moradas.