Emil Cioran sostenía que los franceses prefieren una mentira bien dicha a una verdad mal formulada. Yo a ratos también, y por eso me alucinan las disparatadas, o no, definiciones del Tesoro de Covarrubias, un tocho entretenidísimo. Que uno quiere saber la etimología de la palabra naipe, pues ahí te la regala el maestro: es la suma, algo alterada, de las primeras letras del nombre y apellido de su inventor, un sevillano llamado Nicolás Pepín. Ponme una N, ponme una P, y ¡eureka!, naipe. Ya tienen chascarrillo para la partida.
Otras veces, en cambio, la risa no llega a lomos del desvarío sino de la pura realidad. La verdad es aburrida, cantaba Eskorbuto, pero también puede ser muy divertida. Para Jardiel Poncela, precisamente ahí se oculta el secreto del humor –tú suelta una verdad en una reunión y verás cómo se ríen–, dependiendo, supongo, del tipo de verdad. No es lo mismo gritar que te ha cagado una paloma y lamentar que te ha embestido un jabalí. Tampoco son lo mismo una comida de trabajo y un tardeo tontorrón en El Ventorro.
La mejor manera de que te crean es decir la verdad, aun la más extravagante, a pelo, sin rubor. Si yo les cuento que Brad Pitt me pidió el número de teléfono, igual renta más tomar el hecho por cierto que mandarme al ambulatorio. Y es que una verdad puede ser tan asombrosa que, mientras despertamos del susto, ya ha tenido tiempo de dar la vuelta a la mentira y se presenta tal cual es: verdad verdadera. Y a ver quién te lleva la contraria. En fin, que en estos líos filosóficos andará el valenciano Mazón, entre hacernos reír, llorar, meditar, denunciar o jurar. Lo siguiente, un disco de versiones.