La diferencia entre historia (ciencia social) y documental (producto audiovisual) es su propósito: la historia quiere fijar -casi siempre dogmáticamente- la verdad, en tanto que el documental desvela certezas en relato abierto y plural. Hay una industria del recuerdo para nostálgicos y conspiranoicos. ETB2 ha regresado al Oiz, donde se estrelló el avión Madrid-Bilbao en 1985, con 148 víctimas, que dejó pocas dudas y muchas miserias.
Culparon a EITB por su antena instalada en la cumbre y a las nubes en el país de la niebla. En conclusión: fallo humano y problemas con el altímetro. Lo ha evocado La Noche de, algo mejor que su reportaje de hace una década. Si no fuera tan simple, la tele debería saber que a los cinco años del Covid nadie quiere recordar. Demasiado cercano y doloroso. Fueron tantos los abusos que sufrimos que no vale la pena contarlos, como la jactancia institucional con la que se informaba del alto número de denuncias contra quienes se saltaban el confinamiento.
¡Y decían que era por nuestro bien, maldita sea! Jordi Évole nos devolvió al presente, como resurrección, a Fernando Simón, el afónico guía de la pandemia, justificándose. Símbolo de aquel horror son Ayuso y su abandono criminal de las residencias de mayores.
A los 50 años de la muerte del tirano, TVE ha creado la serie documental La conquista de la libertad, idea de Nicolás Sartorius en seis episodios, dirigidos entre otros por Imanol Uribe. Bien está que se sepa que la democracia, contra el rijoso e inviolable Juan Carlos I, tuvo un alto precio; pero para que la celebración sea perfecta el próximo 20-N tendría que ser festivo, que los estudiantes de todos los grados no vayan a clase, como los de entonces, y que “españoles, Franco ha muerto” resuene a lo que fue, feliz liberación.