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Madrilgo Gortetik

Juan Mari Gastaca

Sacudirse el sapo

Sacudirse el sapoArchivo

Días de escurrir el bulto. Sánchez dribla por enésima vez al Congreso. Mazón echa otra palada a su fosa política al ningunear un auto judicial que retrata su negligencia. Ayuso manosea las escalofriantes cifras de muertos por el covid como mera mercancía discursiva. Y en el Senado, una apelación urgente a taponarse los oídos para aislarse del inmundo debate que propician las malas compañías de Ábalos y que tanto descorazonan al PSOE para algarabía de un PP desatado. Todos quieren sacudirse, aunque a duras penas, su sapo particular.

El presidente no desea pasar otro mal trago a estas alturas. Lleva demasiado peso en el morral y le esperan más desafíos. Así las cosas, acuciado por su debilidad parlamentaria, sabe que un proceloso debate sobre más gasto en Seguridad –sinónimo palaciego de Defensa– supone tentar peligrosamente al diablo. Para ello se refugiará en el primer mandamiento de su estilo de gobierno que se fundamenta en despreciar a las Cortes cuando otea el temporal. Al hacerlo, para irritación incontenida del PP, evita también la ración de vértigo para su socio y los momentos de incomodidad delante del atril para otros compañeros de la mayoría. El Fondo de Contingencia siempre está a mano para salir del atolladero y sacudirse este sapo envenenado. Mientras, Feijóo volverá a clamar en el desierto, pero habrá perdido otra batalla más allá del pataleo de llevar su justificado berrinche ante los tribunales. En cambio, Sánchez habrá salvado la cara ante Europa y apenas le quedarán los rasguños de las consabidas embestidas ideológicas de Belarra y su cohorte.

Este debate generado por el insólito contubernio militarista entre Putin y Trump se prolongará en el tiempo. Un periodo demasiado incómodo para Sumar especialmente. El discurso antibelicista de sus acérrimos enemigos de Podemos tiene eco en ese amplio espectro militante de la izquierda progresista que se sigue buscando a sí mismo en medio del cisma que les atormenta. Esa acogida complica el acercamiento hacia la unidad electoral y, en una derivada paralela, alimenta la rebeldía pablista contra las iniciativas de calado que articulará el Gobierno y no solo los Presupuestos.

Quizá para entonces Mazón todavía siga encastillado. Este siniestro mandatario empieza a creerse su propio personaje de indefensión frente a una realidad palmaria que desnuda su innegable irresponsabilidad en el drama valenciano de la dana. Su atribulada reacción escapista ante el zambombazo culpatorio que le asesta la resolución de la juez instructora retrata su podredumbre y arrastra a su partido hacia la esquizofrenia. Feijóo quiere que desaparezca este cancerígeno lastre que carcome sus expectativas, pero no sabe cómo sacudirse semejante sapo. Las mayorías insuficientes en Valencia –agravada por la crisis de Vox– y la Generalitat atrapan al PP en un laberinto de enrevesada salida. Mazón sigue agarrado a su aforamiento a través del calvario diario que le supone arrastrar su culpa. Nunca debería olvidar que los tribunales jamás se cansan de esperar una vez que señalan tan claramente a su presa.

EL SENADO DENIGRANTE

Atrapada mayoritariamente la Corte por el debate de un penalti, en el receso del último arancel trumpista, tiene suerte el Senado de que sus vergüenzas pasen desapercibidas. No interesan a los medios. Bien lo sabe Sánchez, que lleva quince meses sin comparecer aprovechando que Feijóo ya no está allí. Es en esa Cámara donde se multiplican escenas tan denigrantes para la ortodoxia parlamentaria que vilipendian la mínima cortesía, ensanchan la desafección política y comprometen la justificación de su propia existencia. El último control relativo a los dispendios de favor de Ábalos hacia compañías de otro sexo debería ser borrado del diario de sesiones. Resultó abominable.

El PP va a seguir echando leña al fuego como si el común de los mortales no tuviera ya una idea bien juiciosa y ponderada sobre los responsables de la trama Koldo. En arras del espectáculo grotesco ha decidido pedir la comparecencia de Jessica, después de que esta joven ya contara todas sus (des)venturas al juez, incluso entre sollozos por la implacable presión que le atosiga desde varias trincheras.

La política rastrera ni siquiera deja descansar a las víctimas del covid. Otra vez Madrid emerge como estandarte del ejemplo deplorable. Ni los muertos de hace cinco años fueron asesinatos como ha llegado a maldecir la socialista Reyes Maroto ni Ayuso debería reducir a la anécdota, incluso macabra, la penosa gestión asistencial en su territorio. Un sapo imposible de borrar.