Barrio de Salburua, Vitoria-Gasteiz. Martes 18 de marzo de 2025, ocho y media de la tarde. Un hombre prepara un revuelto de hongos en una sartén. Una mujer desliza una depiladora sobre su pierna izquierda sentada en el suelo del baño. Los pulgares de un niño pulsan los mandos de una consola a velocidad ultrasónica. De pronto casi todo se funde a negro. Se apagan las luces de cocina, baño y sala, el círculo rojo de la vitrocerámica, la depiladora queda en silencio. Permanecen iluminados, como dos ventanas a otros mundos, el rectángulo de la pantalla de un portátil y, más pequeño, el de la consola.
– ¿Qué pasa, ama?
– No sé, se ha ido la luz.
– ¿No teníamos unas velas en el cajón junto al fregadero?
– Teníamos. La última vez que los limpié las tiré. Llevaban diez años ahí sin usarse.
El hombre enciende la linterna de su móvil.
– Esa manía de tirarlo todo…
– No tirar nada se llama Diógenes.
Ella toca a tientas la superficie del lavabo hasta reconocer el tacto de su pantalla y conecta también la linterna.
Las dos lucecitas avanzan por la oscuridad doméstica entre volúmenes amenazantes como submarinistas en la profundidad abisal. Se encuentran en la sala, la ventanita de luz rectangular se acerca y se suma a los dos círculos blancos.
– Venga, cariño, apaga ya la Nintendo.
– Que acabe la partida.
– Te vas a quedar sin batería. No vas a poder cargarla.
La mujer, descalza, estira hacia abajo las perneras remangadas del chándal.
– Una depilada y otra, no. Genial.
– Qué más da, no se ven.
Ella se coloca ante la ventana luminosa del portátil y teclea. Última hora. Un escape de gas provoca un aparatoso incendio dejando sin luz a todo el barrio de Salburua. La pantalla se apaga y, aunque ya tampoco se ve, a ella se le acentúa el ceño fruncido.
– Tenía que terminar y enviar el artículo.
– ¿Te lo habías dejado encendido sin enchufar?
– Me he puesto a depilarme y se me ha olvidado.
– Joder, 5% de batería en el móvil.
– Pues a mí en la Nintendo me queda un 7%. Tengo hambre. ¿Qué hay para cenar?