A lo que se ve a Pedro Sánchez no le gusta la expresión “rearme”, así que imagino que habrá encargado ya a algunos de sus setecientos doce mil asesores que se estrujen las meninges para pergeñar alguna expresión que no le suene mal. No sé qué leí que él mismo decía algo de “salto tecnológico”, pero eso vale tanto para los tanques como para los microondas. El caso es que algo buscarán.

Y nos lo entregarán envuelto en celofán, como esta necesidad al parecer ahora imperiosa de rearmarnos porque Trump nos va a dejar solos y Putin va a invadir algún país de la OTAN, como dicen que dicen servicios secretos alemanes y daneses. Antes de 2030.

Claro, al final te das cuenta de que tú, como europeo, no dejas de estar en manos de 10 o 12 grupos de presión, de 10 o 12 agencias secretas, de 10 o 12 mandatarios y que a ti, aunque estés en la cuna de la civilización –la que a través de Francia, Reino Unido, España, Holanda y demás se repartió medio mundo a sangre y fuego durante siglos, reparto que en algunos casos se mantiene– no te van a consultar una mierda acerca de si te crees todas esas amenazas y predicciones o crees que son meras excusas para vaciarnos más los bolsillos y que vayan a parar a otras manos o qué.

Al final, las empresas que hacen dinero con las armas lo que necesitan es conflictos y si tienes a la gente asustadita viva con la opción de los conflictos pues la gente, lógicamente, si le metes el micrófono pues en mayor medida te va a responder que sí, que a rearmarse, aunque a Sánchez no le guste el verbo.

Da igual, nos guste el verbo que le acabe encajando a Sánchez, la sensación es de formar parte de algo tan grande que nadie te consulta nada y que los pasos que se dan son unos o los contrarios según las apetencias de 80 o 100 personas en el continente. A mí eso sí que me da mucho respeto, si es la palabra adecuada, que igual se queda corta.