Hola personas, ¿qué tal va la vida? Pues nada, que siga la racha. Esta semana vamos a dar un paseo con un tema común: el teatro, y con tres puntos de vista. El día 27 se celebró el día internacional del teatro y es por ello que he decidido dedicar el ERP de hoy al arte de Talía, y más concretamente de dicho arte ceñido a nuestra ciudad. Los componentes del artículo van a ser tres. Primero daremos un paseo por algunos de los lugares físicos en lo que el teatro se ha hecho presente, allí donde se han dado funciones a lo largo del tiempo. Haremos una incursión en los locales que pusieron en escena aquellas obras que entretenían a un público poco acostumbrado a disfrutar de tales actos. Y por último hablaré, en rabiosa actualidad, de una función a la que asistí ayer mismo para cumplir con la celebración de tan teatral día.
Hoy, viernes, a media mañana he salido a recorrer los lugares en los que se ubicaron los diferentes sitios en los que Pamplona disfrutó de la alegría de las comedias, de la tristeza de las tragedias, del colorín de las revistas y varietés, del costumbrismo castizo de las zarzuelas o de la culta música clásica. Para hacer esta ruta tenía que ir, sí o sí, al centro, y el camino elegido fue mi querido parque de la Media Luna. Para llegar a él tomé la calle Amaya de forma obligada ya que en su número 11 se abrió, allá por la mitad de los años 70, el Pequeño Teatro El Lebrel Blanco, lugar puntero y aperturista en aquellos años en los que la cultura en nuestro querido Pamplona existía, sí, pero era monocroma y ciertamente escasa. El pequeño teatro lo puso en marcha el grupo de teatro homónimo, y en él estrenaron éxitos que muchos recordamos como 1789 o la ciudad revolucionaria es de este mundo o Nueve brindis por un rey entre otros. Llegué a la Baja Navarra y dirigí mis pasos al parque de mi infancia, entré por la calle que hay tras los chalets y lo primero que vi fue la gran escultura de Faustino Aizkorbe que se ha instalado en homenaje a todos los miembros del sector sanitario que se jugaron la vida, y algunos la perdieron, durante la maldita pandemia. La obra es puro Aizkorbe, un precioso acero cortén muy bien trabajado formando unos bien trabados volúmenes del peso y la importancia que tuvo el trabajo que esos profesionales llevaron a cabo en tan adversa situación. Muy buena la obra y muy buena la idea, así como la de dedicar la calle a dichos colectivos. Entré en la Media Luna y me llevé una sorpresa al ver a Sarasate acompañado de una charanga que amenizaba la soleada mañana a toda la chavalería que calentaba motores para bajar a la carpa anual que se celebra en la ciudad deportiva Amaya. Aún estaban bien, habría que ver como acabaron el día. Por la calle Arrieta salí a la Plaza de Toros y, tras dejarla a mi izquierda, llegué a la calle del Duque de Ahumada, en donde se encuentra el lateral del Teatro Gayarre, nuestro principal corral de comedias. En la parte más cercana al cruce de la calzada hay una pequeña puerta por la que a lo largo de los años han entrado y salido infinidad de primeras figuras del mundo de la escena, y todo aquel que ha tenido que aportar su grano de arena para que el resultado de las funciones sea siempre el deseado. A continuación está la gran puerta por la que se llena y vacía el escenario, por ahí entra la tramoya, la decoración y la parte técnica de luz y sonido que necesita cada obra. Si bien el Gayarre está perfectamente dotado de todo, hay montajes que precisan de sus cachivaches específicos. En mis tiempos mozos trabajé en ese sector del montaje y desmontaje a cambio de ver las obras gratis, ya que mi afición era inversamente proporcional a mi cartera. Seguí mi paseo y por la Plaza del Castillo, atravesando el lugar que ocupó el teatro Principal, llegué a la calle de Comedias, cuyo nombre no deja lugar a dudas de lo que allí se ofrecía. En dicha calle se inauguró en 1608 un corral de comedias como medio de sustento de los niños hospicianos, llamados niños doctrinos. Las cosas eran muy diferentes en el mundo de las tablas, así, por ejemplo, no había actrices, eran solo hombres quienes encarnaban todos los papeles, y las localidades así mismo estaban divididas, en la cazuela, lo que hoy llamaríamos gallinero, se colocaban las mujeres, en los palcos las autoridades, regimiento, obispado, virrey etc. y en el patio los hombres solos en un ambiente que no estaba exento de riesgos propios de pendencias y pendencieros. El corral de la calle Comedias cumplió con su papel hasta el día 4 de julio de 1841 en que, con la obra en cinco actos El vaso de agua y ante 700 espectadores, se inauguró el Teatro Principal, levantado en estilo neoclásico según los planos de José de Nagusia y que cerraba la plaza y la ciudad en su lado sur. En 1903 le cambiaron el nombre nominándolo en honor del famoso tenor roncalés Julián Gayarre. Ahí permaneció hasta el año 1931, año en que desmontada su fachada y demolido el resto fue trasladado a su actual emplazamiento en la Avenida de Carlos III. Otro famoso local que durante más de 40 años dio funciones teatrales, zarzuela, circo y, desde el 13 de mayo de 1905, cine, fue el teatro circo Labarta, instalado por los hermanos Román y Bonifacio Labarta en un patio de la calle Estafeta en 1872 y terminando su historia en su última instalación en lo alto del baluarte de la Reina. Aproximadamente donde el edificio de telefónica. Un voraz incendio, el día 19 de febrero de 1915, dio al traste con sus mundos de fantasía.
El día 6 de julio de 1923, con la opereta vienesa La Noche Azul, por la que se pagaron 5 pesetas la butaca, abría sus puertas el Coliseo Olympia, levantado según los planos de José Yarnoz y que entretuvo a nuestros padres y abuelos hasta 1963, fecha en la que desapareció de la cartelera pamplonesa para dar paso al cine Carlos III.
De entre nosotros también han salido famosos actores como Teodoro Roa, Alfredo Landa o Pedro Osinaga, que pamploneaban orgullosos allí donde se subían a un escenario.
Y, por último, haré referencia a la obra que vi el jueves en Civivox Iturrama, Los Caciques, de Carlos Arniches, estrenada en 1920, pero con un humor de una vigencia asombrosa. Cuenta los avatares de un pueblo en el que el alcalde, D. Acisclo Arrambla Paél, (Jose Mary Asín), palidece ante el aviso de una inspección gubernativa de las cuentas municipales. En el pueblo solo había dos partidos, el gubernativo Partido Miista y el opositor Partido Otrista. El resto lo podéis imaginar. Me reí con ganas.
Que caiga el telón.
Besos pa tos.
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