Hiperbólico. El lema del reciente congreso de la franquicia navarra del PSOE, una exageración. Arrogante: “Liderando Navarra”. Hubiera sido más verosímil otro gerundio: “Presidiendo Navarra”. Humilde reconocimiento del acierto de un gobierno de coalición con tres siglas (varias más en su desglose), con el apoyo externo imprescindible, discreto por la vía de la abstención, de EH-Bildu, los de la “paciencia estratégica” y rentable.

La coalición gobernante no llegaba por sí misma a la mayoría absoluta (21 de 26) como la derecha unida no era competitiva (20 de 26). EH-Bildu, determinante. Como en 2019, pero sin aspavientos teatrales de voto repartido entre noes y abstenciones. El congreso del PSN sureño (casi la totalidad de los 35 miembros de su Ejecutiva proceden de Pamplona para abajo) fue una ceremonia de juegos florales internos. Orgullo y satisfacción. El expresidente Zapatero, adalid de las políticas de Sánchez, expresó su resquemor por aquel “Navarra no es negociable” (Fuero y Libertad) que el gobierno de UPN-CDN le montó en Pamplona (marzo 2007) cuando andaba en negociaciones con ETA. Ni sus ponderadas verduras le calman el ardor en la memoria.

Al margen de aquella convocatoria de multitudinaria respuesta social, Zapatero ha demostrado que la gobernanza de Navarra es negociable. Él mismo impidió aquel año la formación de un gobierno alternativo –PSN (12), NaBai, (12), IU (2)– a quienes le acusaban de vender Navarra a ETA y patrocinó el agostazo o supervivencia de Miguel Sanz. Ahora está encantado con una fórmula similar en la práctica ideológica.

Cuarto mandato de María Chivite como secretaria general del PSN y segundo en la presidencia del Gobierno foral. Recuperó al partido de la debacle de 2015 (13,37% del voto, 7 escaños, 4ª fuerza parlamentaria), pero sin volver todavía a sus mejores tiempos. Ramón Alzórriz, su protector, lo define como “el partido más fuerte, unido y fiable de Navarra”. Fiable si no tienes memoria.