La casa común de la izquierda fue una metáfora muy trillada en los ochenta, de esas que tanto nos gustan a políticos y periodistas. Dos hermosas palabras que juntas resonaban confortables. No como el búnker tardofranquista, que remitía a latas de conservas y a olor a choto. Sin embargo, esaidea de nido compartido no dejaba de ser una quimera. El Partido Socialista, en la cresta de la ola, hacía y deshacía a su antojo. La sombra de Reagan y Thatcher era alargada y el eurocomunismo había nacido viejales, como Benjamin Button. En cambio, la derecha española, a pesar de sus cuitas, fue levantando un proyecto agrupado en la calle Génova. No como ahora.
UN COWORKING
Compartir habitaciones a partir de los treinta es un incordio; bien lo sabe la gente obligada a ello. No digamos mezclar familias en un mismo espacio; si acaso para una escapada rural breve. Si no da mucha pereza. Por eso la izquierda no tiene una casa, sino un coworking, a menudo malavenido, donde la temperatura nunca está al gusto de todos, con el PSOE de baranda y con Podemos y Sumar separados por un pladur.
Las organizaciones que superan el siglo, como el Partido Socialista, el PNV o incluso el Partido Comunista, tienen conciencia extra de permanencia, y suelen escapar de las voladuras. Los jeltzales superaron la escisión de EA, y hoy impera la discreción. No vimos ni a Ibarretxe ni a Arzalluz levantar la voz cuando su tiempo pasó, no lo harán ni Urkullu ni Ortuzar. En el PSOE las cosas han sido distintas, y han llovido puñaladas, pero hoy nadie rompe, por si acaba como Rosa Díez. Mientras, el PCE enseña la marcha atrás después de deslumbrarse con Díaz.
Imaginen que dentro de tres décadas Pedro Sánchez intentara marcar el paso al PSOE con la displicencia que muestra hoy Felipe González contra él
DE TREINTA EN TREINTA
Sánchez lleva en la Moncloa casi siete años, y se acerca a Zapatero, que no llegó a ocho. Siendo joven Sánchez, a Gonzálezse le escapó decir que Anguita y Aznar eran la "misma mierda", si bien después se excusó. Hoy Felipe ha perdido equidistancia pero retiene mala baba. Tiene el ego a contrarreloj y un conservadurismo de gimnasio. González nació en 1942, treinta años antes que Sánchez. Cuando el sevillano contaba con 26 añitos, un mes antes de mayo del 68 francés, el franquismo aprobó la ley de Secretos Oficiales aún vigente. Ahora imaginen que dentro de tres décadas, entre secretos enterrados, Sánchez intentara marcar el paso a quien lidere el PSOE con la soberbia y displicencia que exhibe González contra él. Sería penoso, ¿verdad?
MONÓLOGOS
La derecha española, tan incómoda en el centro, se entretiene ahora con Felipe, consumado monologuista. Así como Zapatero rema sin ambages a favor de Sánchez, González se solaza en los micrófonos, puya va puya viene, esperando que cuando él falte los conservadores ayuden a embalsamar su figura cual faraón sin tacha.
El expresidente del Gobierno sabe perfectamente que en el futuro será objeto de escrutinio histórico y de más investigación, y trata de anticiparse. Y es que en el fondo los muertos generan menos temor que los vivos. Eso lo tiene asumido hasta Iker Jiménez, que ha ampliado el negocio.
Agotada la esperanza de que González dé otra versión sobre sí mismo en la etapa final de su vida, el expresidente insiste una y otra vez en su autorretrato testamental. Seguramente su nombre acabe inscrito en alguna calle o en la estación de Santa Justa. Eso lo tiene casi asegurado. Pero lo decisivo, lo mismo ocurre con Juan Carlos I, es que por grave que sea lo que hayan hecho, contarán con selectos apoyos post mortem. Ya veremos con qué ley de Secretos.