En tiempos convulsos hay que refugiarse, buscar espacios donde respirar y sentir. Detenernos. Tomar conciencia. Coger aire y tirar para adelante. Aunque no tengas claro hacia donde. Porque dudar también vale; suele ser un paso previo a tener certezas; muy necesarias en este mundo donde todo parece que tiene que ser blanco o negro.

Asomarnos a la realidad a veces cuesta, a la cercana y a la mundial. Pero darle la espalda no es una opción. Y en esa búsqueda de espacios de acogida emocional, para muchas y muchos el arte siempre lo es. Arte que nos refleja otros mundos posibles, que no siempre es fácil, ni se entiende, que incomoda también y nos lanza preguntas, junto al que busca y logra la belleza. Entre las muchas propuestas artísticas que se abren en nuestro entorno, esta pasada semana llegó una cita ya imprescindible, Artea Oinez.

Lo que comenzó siendo, hace ya muchos años, una propuesta para apoyar el euskera desde el arte se ha ido consolidando como eso y mucho más, como un escaparate del arte local de nuestros días. En esa colectiva el arte y el euskera van de la mano, sobre todo en esa necesidad de protegerlos desde el uso. Hablar y sentir el euskera cada día como se siente y se habla el arte con su propio lenguaje. Y en esta edición la luz, que marca lo que se ve y lo que no, cobra protagonismo porque se ha querido rendir un homenaje especial a los artistas que pintan o trabajan más allá de la vista, con los otros sentidos, como Pello Azketa, y también otros. Artistas que nos enseñan a mirar con otros ojos, a ver desde otros sentidos, a sentir desde dentro lo que muchas veces no podemos ver.

A poner luz en su oscuridad para hacer del arte un verdadero refugio, sobre todo para ellos.