Otro de esos lunes negros en Bolsa y todo parece venirse estrepitosamente abajo. De momento durante unas horas, siempre llega el rebote. Para unos más, para otros nada. Ahora es la inestabilidad de la economía mundial por la guerra de los aranceles puesta en marcha por Trump y el choque total abierto con China y la nada de la UE. De nuevo, el tiempo de la normalidad, o al menos de cierta normalidad, da paso a otra crisis. La economía, como el cambio social, es cíclica y a un tiempo de bonanza le sucede otro de crisis. Los tambores suenan a recesión global y antes que después llegarán las consecuencias.
Desde que 2008 trajera bajo el brazo el estacazo de la gran crisis financiera y bancaria, que en el Estado español se pagó a escote aunque ya nadie lo recuerde, las inestabilidades se han sucedido cada vez en periodos más cortos con la pandemia del coronavirus, la guerra de Ucrania y el genocidio en Palestina y ahora la gran guerra en el comercio internacional. Todas las reglas del juego políticas, económicas, diplomáticas comerciales... han ido cayendo una tras otra como fichas de dominó. Y eso que las reglas del juego tampoco eran para sacar pecho. No hay más que mirar a Palestina. El dinero ha dejado de ser la unidad de medida para los cambios y se ha convertido en un fenómeno telúrico, que recorre el planeta de Oriente a Occidente o viceversa.
Los mercados, esos dioses modernos a los que invocan los presidentes de gobierno y los ministros de economía, pueden convertirse en jinetes del Apocalipsis. La crisis es económica en cuanto que los dineros públicos se volatilizan de un día para otro sin que nadie explique cómo ocurre tal desfalco generalizado. Pero es sobre todo una crisis política. Los especuladores y corruptos no tienen nombre ni apellidos, ni, por tanto, responsabilidad alguna. Los gobiernos lanzan avisos de medidas importantes para paliar los efectos de la incertidumbre y el desorden internacional en la estabilidad económica. Medidas, reuniones, euros, encuentros, fiscalidad, un compendio de intenciones al albur de lo que realmente ocurra en las próximas semanas y meses que será posiblemente al margen de todo ello.
Y que no parece que traigan en su futuro nada bueno. La crisis de la política se muestra semana a semana incapaz de detener este asalto frío y calculado de la economía especulativa al sistema democrático, mientras las economías familiares, las clases medias, los inversores y las rentas de trabajo asisten atónitos a la bancarrota de su riqueza, a la pérdida de valor de sus activos. Los medios llenan páginas de análisis, incluyen opiniones supuestamente fundadas de expertos que se repiten cada nuevo batacazo, pero la realidad evidencia que nadie sabe nada. O quizá ya no haya nada que entender ni decir.
Simplemente, unos pocos han decidido repartirse la riqueza común como botín. No solo no se cambian las normas del juego, sino que, pese al fracaso neoliberal del máximo beneficio, el camino incide en la sustitución del Estado de bienestar por un nuevo modelo económico basado en la desigualdad, la injusticia social, el recorte de derechos y la destrucción medioambiental. Y a esa devaluación ética de las relaciones humanas le llaman ahora otra vez, para confundir aún más, recesión. Más madera para avivar el miedo colectivo.