Estados Unidos y China enrocan posturas en lo que parece una Tercera Guerra Mundial comercial. Iba a escribir sobre esto pero primero me ha asaltado la pereza y después la idea recurrente y muy conectada con mi actualidad personal de que mientras todo cambia, los amigos permanecen. Hay un filósofo argentino cuyo apellido tendría que ensayar mucho si me tocara entrevistarle, Darío Sztajnszrajber, que reflexiona sobre qué parámetros empleamos para medir la amistad.

• Cercanía. Sentir la proximidad emocional de un amigo.

• Presencia. Estar, cuando se necesita y cuando no.

• Utilidad. Ayuda, favores, lo que nos aporta esa persona.

• Reciprocidad. Dar y recibir.

Para mí en todo esto hay una alquimia y una magia impredecibles y misteriosas. He comprobado este pasado fin de semana en Barcelona que a las personas que tengo allí y forman parte del club de mis amigos del alma no les pido cercanía, presencia ni utilidad. Ni ellas a mí. Cuando nos vemos, pasamos de pause a play y ya está. Retomamos donde lo dejamos. En esta ocasión me he reencontrado con dos personas a las que no veía desde hace 20 años y ha sido un estallido de alegría, nos hemos reconocido en todo y lo hemos celebrado bien. Es cierto que la presencia, unas cuantas horas en versión compartida, y después un rato de calidad a solas, ha reactivado la complicidad en las pequeñas y grandes cosas con una amiga con la que el río del día a día nos limita encuentros y llamadas. Lo que, querido desconocido Sztajnszrajber, para mí sí es esencial es la reciprocidad. He aprendido que esto consiste en dar y recibir, que cuando tú propones muchos planes y a la otra persona, por dos mil diversos motivos, casi nunca le encajan y ella tampoco genera encuentros, la planta se muere. Y también es sano aceptarlo. No todas las plantas nos acompañan en cada cambio de casa. Hay mudanzas liberadoras. Pero las que se quedan hay que regarlas muy bien, porque crecen y se convierten en una jungla maravillosa donde perderse y encontrarse.