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A PROPÓSITO

Jesús Barcos

Generación X, juventud Z

Generación X, juventud ZEfe

Dice el escritor navarro Fernando L. Chivite que de los 20 a los 30 años “te construyes a ti mismo” aún con “fe en la humanidad”. Él pasó por esa etapa en los ochenta. Para quienes la consumamos a comienzos de siglo, el cambio de centuria nos ofreció un surtido chocante. Un baño de contrastes entre la expansión digital y el infausto 11S, entre la llegada del euro y el inicio de la burbuja inmobiliaria, entre el declive de ETA y la sacudida del 11M. Mi veintena, en particular, discurrió entre 1993 y 2003 en tres ciudades: Pamplona, Madrid y Barcelona, con tres climas políticos y tres estados de ánimo. En conjunto, fue una década de giro conservador hasta que la llegada de Maragall a la Generalitat en 2003 anticipó la de Zapateroa la Moncloa en 2004.

El auge del conservadurismo noventero respondió a una lógica retroalimentada. En 1993 asistimos a la resaca del 92, y el PP se quedó con la miel en los labios en las Generales. El PSOE cascó en la nueva legislatura con los escándalos de los GAL y la corrupción, mientras ETA volvió a ser protagonista miserable. El 10 de abril de 1995, hace 30 años, la banda terrorista mató al brigada Mariano de Juan, y nueve días después intentó asesinar a José María Aznar, que aquel día salvó la vida y ganó puntos para la presidencia. Tres semanas más tarde, en mayo, ETA secuestró a José María Aldaya, que pasaría 341 días en un agujero. Aldaya fue liberado en abril de 1996, un mes después de unas Generales que llevarían finalmente al poder al PP.

Hace 30 años ETA volvió a sacudirnos con el intento de asesinato a Aznar y el secuestro de Aldaya. Nuestra juventud discurrió entre violencia

Los noventa fueron años de violencia que alternó con el optimismo, en los que la objeción, la insumisión y el cambio de modelo militar precipitaron el fin de la mili, mientras las obras públicas rubricaban el progreso y las emergentes ONG llamaban a repartir nuestra prosperidad. Pese a la guerra de Bosnia y de Chechenia y al genocidio en Ruanda, las esperanzas por un mundo mejor mantuvieron el pulso, con icónicos acuerdos como los de Oslo y los de Dayton. Anhelos que se fueron hundiendo a raíz de la guerra de Kosovo y sobre todo a partir del 11-S, la guerra en Afganistán y la invasión de Irak en 2003.

Para la gente de mi quinta la llegada a la treintena coincidió con aquel No a la guerra multitudinario en las calles, que resonó desafiante en unos inolvidables Goya. La impúdica invasión de Irak comenzó a quebrar definitivamente el mito del progreso continuo. Esa fe en que si nuestros padres habían vivido mejor que nuestros abuelos, por regla de tres –al contado o a crédito, con esfuerzo y huelgas– la dinámica estaría asegurada. Qué ilusos. Nuestra generación abarrotó la EGB y luego el INEM, en tropel se casó y en tropel se divorció, y cuando lleguemos a la dependencia –si llegamos– nuestra necesidad de cuidados será masificada. De tal retroceso advirtieron en los noventa Julio Anguita o el llamado ‘Informe Petras’. Hace dos años la escritora Azahara Palomeque retomó el asunto enVivir peor que nuestros padres, un libro de Anagrama.

Lo que viene

La crisis de modelo que segó la yerba a la generación X, puede hundir el suelo a la generación Z o Centenial. Los nacidos en 1995, que ahora cumplen 30, están muy baqueteados por la realidad y se enfrentan a cambios alucinantes. Fueron niños cuando se encumbró la globalización y son adultos en tiempos de neoproteccionismo. Está por ver la repercusión económica, política y sentimental que dejará el trumpismo en el mundo, pero se adivina una sima. Con múltiples turbulencias por tanto para los nacidos en 2005, que ahora entran en su supuesta década dorada, y que ya conocen la roña del latón de un mundo más inestable incluso que el de los noventa. Por el momento, por cierto, con notoria atonía social, si descontamos la agitación ultra.