Dice que, releyendo su primera novela, le han sorprendido "la osadía" y "el humor" del narrador que fue hace 35 años. En ese humor y en la ironía se mantiene Fernando Chivite en la literatura, donde cada vez encuentra más "luz", más "gozo" y más "libertad". El escritor navarro, que tiene ya en imprenta la que será su décima novela, Ferdy el Fatalista, cree en la "evolución de la conciencia" humana y, de hecho, asegura, "nunca hemos sido más conscientes que ahora". De ello reflexiona en esta entrevista, además de sus inicios en la escritura, el presente fructífero de su familia en lo literario -coincide últimamente con sus dos hijas publicando y presentando libros-, la política o el miedo del que se alimenta el fascismo.

¿Cómo se siente ante la reedición de su primera novela? Echa la vista atrás a esa primera obra, ¿y qué ve?

Me siento muy sorprendido, porque la iniciativa no surgió de mí, fue la editora la que me propuso reeditarla y lo primero que hice fue preguntarle si estaba segura de dónde se metía. 

Entonces ha vuelto a leer ahora Los seres indefensos...

Sí, tenía cierto miedo. Antes de decirle a la editora que sí, le dije: déjame que le eche un vistazo, porque no me acordaba ya muy bien de la novela. Tengo un recuerdo muy adherido a mi memoria y es que cuando me dijo Isa, mi compañera de vida, que estaba embarazada de mi primera hija, en el verano del 90, yo estaba escribiendo esta novela. Hace 35 años. Claro, no la había vuelto a leer desde entonces. 

¿Y qué voz encuentra ahora ahí?

Esa es la cuestión, me sorprendió la voz, me sorprendió conocer a la persona que narra esta historia que era un yo de hace 35 años. Me gustó su osadía, y su humor, me ha sorprendido su humor. Tiene más humor y más luz de lo que yo pensaba. 

La historia transcurre a finales de los 80, la década de su veintena. ¿Cómo recuerda aquellos años en los que además empezó a publicar?

Claro, para mí era el inicio en la literatura. Yo entonces merodeaba por los descampados de la literatura. Me consideraba un poeta romántico ante todo. Hasta entonces solo había escrito poesía. Y esta fue mi primera incursión en la novela y en cierto modo también un aprendizaje para mí. Quería aprender a escribir en prosa y a narrar una historia. ¿Cómo recuerdo aquellos años? Bueno, desde el punto de vista biográfico la década de tus 20, tus 25, tus 30 años, es la época en la que conformas una cierta percepción del mundo. La época en la que de algún modo te construyes a ti mismo. Luego, casi siempre que quieres recordar quién eres o volver a tu identidad profunda, vuelves a esos años, buscando las claves del que fuiste cuando aún soñabas, cuando aún creías, cuando aún tenías fe en la humanidad. Entonces, para mí fue una década maravillosa. Es cierto que a nivel social, sociopolítico, etcétera, fue una época muy contradictoria, con claroscuros. Por una parte teníamos aquí en Pamplona, en el País Vasco, la presencia del terrorismo etarra que nos condicionaba muchísimo nuestra capacidad de pensar libremente. Pero por otro lado eran años en los que no solo España, sino el resto de Europa estaban abriéndose enormemente a un mundo nuevo. Había muchas expectativas, muchas esperanzas. Fueron años en cierto modo muy luminosos. 

“Cuando cumplí los 60 y me jubilé hice una especie de cambio vital deliberado, quise metamorfosearme en todos los aspectos de mi vida”

Ahí empezó un aprendizaje, como dice, en la literatura, que no ha cesado. Aunque cuando publicó Sebas Yerri (Retrato de un suicida), en 2018, dijo que ya daba por terminada esa fase de aprendizaje y que el futuro de ahí en adelante iba a ser en un tono distinto, que iba a hacer ya lo que le diese la gana...

Sí, es lo que estoy haciendo ahora.

Han venido dos libros después de eso, y en el último, Ferdy el Viejo, de hecho hace algo innovador, una anticipación biográfica. Con comedia y tragedia, lo que es la vida. Con humor, surrealismo, cada vez con más ironía. ¿Se ve ahora ahí?

Sí, sí. De hecho enseguida va a salir el siguiente Ferdy, Ferdy el Fatalista. Después de Los seres indefensos he escrito dos trilogías, seis novelas. Una que es mi trilogía del siglo XX y luego la trilogía del siglo XXI, Insomnio, El invernadero y Sebas Yerri, en un tono de realismo existencialista, podríamos decir. Las seis coinciden en lo mismo, son hermanas ambas trilogías en la misma intención: hacer realismo existencialista de mi mundo, de la realidad que vivo yo. Contarla, digamos, a un nivel lo menos solemne posible, lo menos literario posible. Y lo más existencial, lo más cotidiano, lo más creíble, lo más verosímil. No quiere decir que mis novelas sean biográficas, en absoluto, pero tratan de ser verdaderas y verosímiles. Y después, en cuanto cumplí los 60 años y me jubilé, ahí hice una especie de cambio vital deliberado. No solo en lo literario, en todos los aspectos de mi vida. Quise metamorfosearme, y lo estoy consiguiendo. Cambié el tipo de literatura, he empezado a hacer un tipo de escritura de carácter cómico-místico, podría decir, con un humor irónico de fondo que flirtea con el humor negro y con la muerte, y basado en un personaje que es una versión semificticia de mí mismo. Intento hacer anticipación biográfica.

Se proyecta en usted mismo en el futuro.

Sí, el personaje es diez años mayor que yo, si yo tengo 65 mi personaje tiene 75, y habla de mis pensamientos y de las cosas que ahora me obsesionan, pero siempre desde esa clave. 

¿Ese tono y ese género tiene que ver con que llegada a una edad ya no hay filtros, ya no hay cosas que te inhiban tanto?

Te sientes más libre, sí. En los literatos, en los escritores, cada biografía tendrá sus momentos, sus historias y sus accidentes biográficos. Pero en mi caso, no es que sea una ley, cumplir 60 años me supuso una cierta liberación. Estoy intentando remodelar mi manera de ver la vida y mi sentido del humor profundo. Y lo estoy consiguiendo. Estoy muy feliz. Nunca he sido más feliz ni más libre que ahora. Tanto para hablar como para comportarme con las personas. Quizá pueda tener también algo que ver esto que digo con el hecho de que cuando te jubilas también te liberas de todas las ataduras laborales y profesionales, que a veces son muy fuertes. 

“La escritura es diálogo; escribo para hablar conmigo mismo, para conocerme. Y la luz y la alegría que saco de la escritura son insustituibles”

“Escribo para hablar conmigo mismo en el tiempo”, ha dicho alguna vez. ¿La escritura es para Fernando Chivite ante todo diálogo?

Totalmente, sin duda. La escritura es diálogo. Escribo para hablar conmigo mismo. Escribo para conocerme, también. De paso, la escritura, además de ser un flujo de felicidad, es terapéutica precisamente por eso mismo. Porque la felicidad cura. Y cuando dices que es un diálogo, ¿un diálogo con quién?, ¿con el lector, con el mundo, contigo mismo con tu otro yo?, ¿con quién estás dialogando? Tengo una respuesta para eso. Acabo de llegar hace poco a la conclusión de que cuando escribo estoy dialogando con Lucy. Con una persona a la que yo llamo Lucy. Todo lo que digo se lo estoy diciendo a Lucy y muchas veces Lucy me contesta. 

¿Quién es Lucy?

Lucy es un ser humano, obviamente, muy antiguo, que está dentro de mí, dentro de mi cabeza, y de la tuya, y que representa a toda la humanidad de todos los tiempos. No a la humanidad actual, sino a los 100.000 millones de seres humanos que han vivido hasta ahora desde el comienzo de los tiempos. Esa es Lucy.

Aludiendo al título de la novela que ahora reedita, ¿hay algo ante lo que se sienta indefenso hoy Fernando Chivite?

Bueno..., somos frágiles, somos vulnerables. Los seres humanos somos indefensos; además yo soy un pacifista fanático, y no por decisión política, sino porque carezco de belicosidad desde siempre. Es un rasgo de mi naturaleza. Y ya que no puedo luchar, ya que soy prácticamente no beligerante, trato de hacer de eso virtud, mi fuerza.

“Se vota fascismo cuando se tiene miedo. La gente tiene miedo. Pero los fascismos acaban mal y pronto; enseguida la joden”

En la novela Cada cuervo en su noche dice que la vida no se cansa nunca de brindarnos ocasiones. ¿Qué ocasiones le gustaría que se le presentaran de ahora en adelante al Fernando Chivite escritor?

Qué curiosa... No, no funciona así. Yo no espero nada de la vida, ese es el truco. No espero que me den más oportunidades ni menos, me considero un ser muy afortunado. Creo que he tenido mucha suerte, eso sí. Pero no espero que la vida me conceda ocasiones ni me dé oportunidades. No espero nada, eso es lo mejor. 

Ya estar aquí, es la ocasión, ¿no? 

Exactamente. De hecho, mi mayor esperanza ahora es conseguir mantenerme en el presente. Toda angustia procede del tiempo. Si consigues salirte del tiempo, tanto del pasado como del futuro, la angustia desaparece, es curioso, yo lo he experimentado esto en algunas ocasiones, en pocas porque esto es muy excepcional.

Hablando de ocasiones, sí que es una ocasión especial ésta en la que coincide en el tiempo publicando y presentando libros con sus dos hijas. 

Esto... Estamos todos un poco sobrecogidos; en cuestión de un mes mi hija Laura ha publicado El ataque de las cabras; mi hija Beatriz presentó el lunes pasado Oroi garen oro, que acaba de publicar Pamiela y creo que ya estará en las librerías o llegando. Yo estoy reeditando mi primera novela, pero es que dentro de quince días, el mes que viene, voy a presentar mi última novela, la décima, que ya está en imprenta. O sea, que ha sido una confluencia, sí, sí. Es muy sorprendente.

¿Y cómo lee las obras de sus hijas?

Bueno, me encanta. Claro. Me gusta ver el talento que tienen. Es para mí un orgullo, una satisfacción.

También es columnista, no será tarea fácil enfocar la actualidad y sacar algo de ahí cada semana, sacar algo en claro, o no...

Estoy muy acostumbrado ya a esto. Llevo muchos años haciendo columnismo sistemático, todas las semanas publico en DIARIO DE NOTICIAS y en El Correo. Ya no me resulta demasiado esfuerzo. Al contrario. Cuando he hablado antes de que en torno a los 60 o un poco antes hice un cambio de mi manera de afrontar las cosas, también empecé a no sentir ya esfuerzo por escribir, al contrario; escribir para mí es un gozo, y lo mismo escribir una columna que escribir un poema que narrativa u otras cosas. Es un placer. Una fuerte de felicidad. Si no hiciera eso, no sería tan feliz como soy. 

“Nunca se han escrito tantos libros, se han comprado tantos libros, se han leído tantos libros como en este momento preciso”

En la última columna habla del humus de las migraciones como algo enriquecedor. ¿Vamos avanzando en ese sentido? 

Totalmente. La conciencia evoluciona. A veces, cuando estamos atrapados en las vicisitudes, en la convulsión de la política del mundo de hoy en el que de repente surgen las mafias a alto nivel, sentimos mucho miedo. Yo lo que sí veo es que la sociedad de ahora está un poco atemorizada, pero no solo aquí, en todo el mundo. Por eso votan fascismo, porque tienen miedo. Se vota fascismo cuando se tiene miedo. La gente tiene miedo. Entre otras cosas a las migraciones, precisamente. Lo que está pasando en Estados Unidos es una torpeza de dimensiones telúricas, eso no puede tener mucho recorrido. Acabará mal. Esa especie de política anti-migratoria de Trump acabará mal y pronto porque los fascismos acaban mal y pronto siempre. No aguantan mucho. Enseguida la joden. 

Aunque luego resurgen.

Sí, sí, bueno, pero eso son ciclos históricos. Lo que no retrocede es la conciencia de la injusticia. La conciencia humana evoluciona, no va para atrás. Se podrán cometer crímenes contra cualquier derecho humano, ya vemos que se están cometiendo sin parar, pero la conciencia no retrocederá. 

El problema es que nos están empujando a que vivamos tan rápido, tan acelerados, que no sé si cultivamos mucho esa conciencia. 

No sé. La aceleración es inevitable, va a haber que vivir con ella. No vamos a poder librarnos de la velocidad porque está en los genes. La velocidad va a más, eso sí. Por eso nos asusta también.

Es que están cambiando nuestros cerebros.

Claro, claro. Sí, sí, para bien, ¿eh? 

¿Para bien?

Sí. El cerebro está evolucionando. Nunca vamos a volver al Neolítico, por muchos cataclismos que haya. Lo que está cambiando es la conciencia, a eso me refiero.

Antes se ha referido a sus 20 o 30 años como esos tiempos en que tenía fe en la humanidad. Entonces, ¿sigue teniéndola hoy?

Sí, también. De otro modo. Ahora digamos que tengo fe en la evolución de la conciencia.

Haciendo un ejercicio de anticipación biográfica, supongo que no se visualiza sin escribir, ¿no?

No. Me imagino perfectamente sin publicar más libros porque llegará un día en el que me preguntaré: ¿para qué publicar más libros, para qué dar más el coñazo con mis historias? Pero no me imagino sin escribir; aunque sea poco, seguiré escribiendo porque la luz y la alegría que saco de la escritura es insustituible, no la puedo sacar de ningún otro sitio. Y es muy fuerte. 

¿Y de la lectura? ¿Qué ha leído últimamente que recomienda?

Mira, ayer descubrí a un autor que me gustó mucho, Kent Haruf. Estoy leyendo también al Premio Nobel Fosse, con quien me considero bastante fraterno en muchas cosas; y con este Haruf también, es un californiano que murió hace 10 años, muy buen escritor. Y bueno, también estoy muy ocupado leyendo a mis hijas últimamente. 

“Tengo fe en la evolución de la conciencia; sigue habiendo crímenes contra los derechos humanos, pero la conciencia de la injusticia no retrocederá”

¿Y cómo ve los tiempos para la poesía? Un género que también ha cultivado, aunque no ha publicado poesía ya desde hace muchos años. ¿Sigue cultivándola en la escritura?

Sí. Es curioso porque justo en los meses del confinamiento tuve que corregir toda mi obra poética, hice una revisión de mis viejos poemas y, dadas las circunstancias, ya que estábamos recluidos en los hogares, pues empecé a escribir poesía de nuevo. Acabé pergeñando un libro que todavía estoy acabando de ordenar. Quizá salga algo en un futuro. 

¿Cómo ve el momento en cuanto al público lector, con lo que hablábamos antes de la aceleración? Igual ya no es ese público que se toma tanto tiempo y un tiempo pausado en leer algo despacio, con profundidad, eso está cambiando, ¿no?

Ya, eso nos parece, ¿verdad? Yo no hago más que escuchar esta opinión. Pero fíjate que discrepo un poco. Creo que tenemos esa autoimagen de nosotros un tanto peyorativa de que no da tiempo a nada, de que vamos acelerados, pero creo que ahí hay un poco de histerismo generacional, en esa autoimagen tan dañada. Hay una especie de histeria colectiva respecto a lo que somos. Ojo, una histeria de la que nos tenemos que cuidar. Yo echo un vistazo a derecha, a izquierda, miro por aquí, miro por allá, y veo personas como no había visto nunca. Veo gente que lee, que escribe, que vuelve a la literatura. Nunca se han escrito tantos libros, nunca se han comprado tantos libros, nunca se han leído tantos libros... es algo a lo que alguien con una mirada objetiva debería prestar un mínimo de tiempo, porque lo que está pasando no había pasado nunca antes. Jamás se habían publicado ni se habían vendido tantos libros como en este momento preciso.

Se lee, pero igual de otra manera...

No lo sé, yo creo que más conscientes que ahora no hemos sido nunca. Creo que ahora desde luego está pasando algo de lo que a lo mejor no nos estamos dando cuenta. 

¿Igual es que no creemos demasiado en nosotros como humanidad? ¿Nos estamos infravalorando? A veces parece que confiamos más en la Inteligencia Artificial...

Sí, porque tenemos miedo. Hay un miedo colectivo, a la Inteligencia Artificial también, y cuando tienes miedo, ¿qué pasa? Pues que te conviertes en ratón, te acojonas, te empequeñeces. Es falso, ¿eh? Es una ilusión. 

Te puede interesar:

¿Y dónde podríamos encontrar otra vez ese revulsivo para combatir el miedo? 

Eso lo llevas tú dentro. El motor siempre es el yo. El individuo es el motor de la especie. Y el individuo saca la energía de dentro. Somos luz. En el núcleo de cada una de nuestras células hay luz. Hay fotones. Venimos del universo, toda la fuerza está aquí dentro. Todo lo que necesites lo tienes tú. Y hay que sacarlo. Ser alegre. En cuanto eres alegre, todo mejora.