Los medios de comunicación se han volcado con la muerte de Francisco I. No solo por sus doce años de reinado, por ser una figura respetada, querida y cercana, sino por ser un Papa revolucionario, incómodo con el poder y por escuchar a los que no tienen voz. Por dejar un legado de paz, tolerancia y reconciliación ante el recrudecimiento de la violencia; “la paz es imposible sin amor, tolerancia y perdón”, aseguraba. Seguramente los católicos menos practicantes, agnósticos o incluso ateos se han sentido también atraídos por una figura carismática, que quería cambiar el mundo, que defendía un salario universal, la reducción de la jornada laboral o una iglesia pobre para los pobres.

Un Papa que bendijo a las parejas homosexuales, aseguró que si no respetamos a las mujeres en su dignidad y derechos “la sociedad no avanzará”, y que luchó contra la pederastia aunque se tuvo que enfrentar a una burocracia interna brutal. Y porque supo hablar alto y claro, y enfrentarse a líderes mundiales aunque muchos le mirasen con recelo dentro y fuera de la Iglesia. Sabemos que no gustaba a la rama más conservadora quien denunció el capitalismo extremo. Hijo de inmigrantes italianos, que defendió a los migrantes y refugiados porque creía que los muros no eran cristianos, ni las leyes restrictivas ni la militarización de fronteras.

Y que en una carta enviada a los obispos de Estados Unidos señalaba que deportar migrantes hiere la dignidad humana. Defensor de los derechos humanos, denunció la matanza de civiles en Gaza (dicen que despachaba a diario con el párroco de Gaza). Israel le acusó de ignorar la crueldad de Hamás. También criticó al patriarca Kirill, cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa, por su apoyo a la guerra en Ucrania, y le pidió que no fuera el "monaguillo de Putin". Que el día antes de morir y tras recibir al vicepresidente de EE.UU. condenara la carrera armamentística y abogara por destinar recursos a los más necesitados, a combatir el hambre y al desarrollo, nos da una idea de sus valores y de su coherencia.

Bustillo. Cedida

Ayer supimos que Francisco Javier Bustillo Rípodas, natural de Arre y obispo de Córcega, es uno de los candidatos a sustituirle entre los más de 130 cardenales. Al conocer su trayectoria me doy cuenta que el franciscano va en la misma línea, también de propiciar un diálogo entre el norte y el sur, entre el mundo musulmán y el cristiano. Con todos los conflictos abiertos que existen prefiero gente conciliadora. Un navarro a favor de la convivencia entre diferentes me suena bien. Personas de diferentes credos e ideologías que den un paso firme para que, influyendo desde sus propias comunidades, avancen hacia una sociedad mejor y más justa, por una revolución de verdad. El giro al conservadurismo no forma parte de mi sueño.