Todo el mundo lleva clavado en el alma el recuerdo del sufrimiento de sus seres queridos cuando la muerte merodea. Un comentario, una mirada, una lágrima, un llanto... el dolor de los nuestros nos lacera. Si el padecimiento nos reforzase la empatía, el mundo sería un lugar mejor. Pero esto no suele suceder. La muerte de un ser querido no es un lenitivo para los allegados, ni a priori nos hace mejores o peores personas. La desgracia deja silencios, eso sí. El vacío de la ausencia, de la soledad, de lo finito. Una carga que cada cual lleva como puede. 

La voz de una corresponsal  

Hablando de silencio, el que impera sobre Gaza se está amurallando. “Es como si hubiéramos rebosado nuestra capacidad de sufrimiento y no queremos sentir más”, observa la periodista navarra Beatriz Lecumberri, autora de Palestina, la tierra estrecha. Crónicas de la ocupación israelí, publicadas por Editorial Big Sur.

Esta cronista trabaja en El País, y vivió entre 2014 y 2019 en Jerusalén como freelance. Hace poco en Radio Nacional le preguntaron en qué momento hemos normalizado ver a niños palestinos asesinados casi cada día. Lecumberri quiere pensar que todavía no hemos llegado a ese punto, y se inclina por la tesis del rebosamiento emocional, compatible con la ignorancia. Quizás no logramos ni imaginarnos el sufrimiento de los gazatíes. Y por eso lo soportamos.

Tres preguntas

Ser sensible no es un valor al alza , pero insensibilizarse resulta temerario, porque impide conmovernos, verbo con interesante etimología. Quizás nos estemos volviendo unos morfinómanos, adictos a los sedantes. Tan excitados para unas cosas, tan anestesiados e impasibles para otras a base de analgesia para desertar del prójimo más desamparado. ¿Cuál es nuestro tope para soportar el sufrimiento ajeno? ¿Qué parte de nuestra sociedad justifica esta carnicería? ¿Hay racismo en esta conducta?

En conclusión

Los especímenes que respaldan monstruosidades existen, no son cinco o seis, los leemos, los escuchamos, los tenemos más o menos calados. Gaza se ha convertido en un coto de caza, en un polígono de tiro. Sin embargo, como señala Lecumberri, “nada, ni siquiera un crimen tan atroz" como el del 7-O justifica lo que está pasando”. Si la sed de sangre de Netanyahu o sus métodos totalitarios no nos indignan estamos perdidos. Perder la noción del mal nos degenera de forma calamitosa. Soportar lo insoportable nos degrada como individuos y como civilización.   

El último mensaje del Papa Francisco contra el desprecio a los más débiles deja un listón que la política de ningún modo puede ignorar

El legado de Bergoglio 

El Papa Francisco demostró mayor conciencia sobre esta tropelía que muchos políticos. Es parte de su legado. Su muerte debería ser, por encima de tentaciones involucionistas o fariseas, acicate para un cristianismo a la altura de los desafíos de nuestro tiempo. Su último mensaje, contra el “desprecio hacia los más débiles, los marginados, los migrantes”, o sobre la situación “indignante” en Gaza, deja un listón que la política de ningún modo puede ignorar, al igual que su advertencia contra “una carrera generalizada hacia el rearme”. Ojalá el próximo Papa esté a la altura. Ojalá nuestros representantes lo estén, porque el A Dios rogando y con el mazo dando ha creado escuela. Por ahí se ha deslizado el Gobierno, en luto oficial y con una crisis del carajo a costa, por de pronto, de 15 millones de balas fabricadas por una empresa israelí. El Ejecutivo debe respetar a la ciudadanía, y eso pasa también por respetarse a sí mismo. Si no, muy mal asunto. Esta vez la enmienda ha llegado en la prórroga, pero sin dimisiones y ya veremos con qué costes finales.