Es inevitable: cada vez que el día llega con la normalidad habitual en estado de riesgo –como ocurrió con la pandemia del coronavirus o como sucedió el lunes con el apagón masivo del sistema eléctrico en el Estado–, aparecen hasta de debajo de las piedras una larga cohorte de expertos de todo tipo y condición, tertulianos que lo mismo saben de la cría de champiñones en el monte Ezkaba que de la astrofísica nuclear para viajar a Marte, conspiranoicos que por supuesto que no pueden faltar en cualquier programa de televisión basura que se precie, anti vacunas, terraplanistas... hasta fervientes creyentes en los marcianos. Y en esta ocasión también los habituales portavoces bien pagados de los lobbies anti renovables o pro nucleares que aprovechan el fallo eléctrico masivo para hacer campaña en favor de los intereses particulares que defienden. Un sin diós de sandeces y estupideces e intereses privados que aprovechan la inmensa capacidad y el éxito de consumo fácil de los bulos y las mentiras para expandirse en el mundo de la sobreinformación y las redes sociales. No exige una reflexión ni un análisis, sino simplemente se asume lo que se escucha y sin mucho esfuerzo de reflexión ya tienes un argumentario propio con el que debatir con familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo etcétera. El tiempo de la queja se basa en la expansión de la sospecha y el descreimiento permanente. La verdad deja de tener valor, porque es más cómodo y simple, incluso más divertido, consumir aquellos mensajes que precisamente por increíbles que sean ganan mérito para ser ampliamente difundidos. Para idiotas, pero es así en este presente en el que la incertidumbre y las dudas van copando el debate público en una sociedades cada más intranquilas y más proclives a refugiarse en los miedos. Que el PP, de Feijóo con Ayuso a la cabeza, otro de los desubicados habituales en cada situación de crisis, ya sea desde su propio Gobierno –el Prestige, el Yak-42, el 11-M, los incendios en Galicia o hace solo seis meses la DANA en Valencia–, o desde la oposición, anime esas teorías absurdas sin pruebas y azuce la bronca y el jaleo para tratar de conseguir réditos políticos no es sino otro ejemplo de la decadencia democrática de las derechas españolas. No hay una explicación todavía clara de las causas que derivaron en este apagón sin precedentes, pero es evidente que de ninguno de esos emisores de intoxicación social saldrá la verdad o siquiera una aproximación a la misma. La explicación sobre lo ocurrido urge y en cuanto la normalidad regrese en su totalidad, el Gobierno tiene la obligación de exponerla a la opinión pública. Un qué ocurrió y, sobre todo, por qué sucedió de forma transparente, documentada y clara es una obligación política e institucional del Gobierno y el mejor camino para que la verdad se imponga a la especulación.