Claro, que igual es que leo lo que no debo –supongo que todas las personas tendemos a leer más publicaciones que encajan más con nuestra manera de ver el mundo que otras que no encajan tanto, con todo lo que eso conlleva– o no tanto lo que no debo sino lo que no me obliga a pensar distinto a lo que pienso o a recibir enfoques que me hagan ver ciertas cosas desde nuevos puntos de vista pero el caso es que lo que cae en mis manos y mis ojos habla bastante bien del nuevo papa, entendiendo por bien todos aquellos halagos que puede recibir un papa precisamente porque no forma parte de la jerarquía católica más conservadora, sino que se destaca su carácter misionero, sencillo, cercano a los más desfavorecidos y anti Trump, parece.

Ahora ser anti Trump ya es de por sí una especie de pin que llevar puesto en la chaqueta, pero no estaría de más recordar que no por el hecho de ser anti Trump eso te convierte en un hombre de bien. Ni en una mujer. No creo que en esta vida te defina aquello ante lo que estás en contra de palabra tanto como aquello que haces y lo que dejas de hacer. Y ahí será donde haya que analizar a este papa. A este papa y a todas las personas, en un mundo en el que está sobrevalorada la opinión y más que la opinión el posicionamiento que cada uno de nosotros podamos tomar sobre cualquier cosa.

Tú ahora coges un perfil de X y puedes hacerte pasar por lo que te venga en gana. También una columna de prensa, por supuesto. Son los actos o su ausencia los que nos deberían definir y, en el caso del papa, lo que haga con el poder que le ha sido otorgado. Porque lo tiene, en la medida en que su acción va a influir en cientos de millones de personas que supuestamente van a creer en él. Aunque no sé yo si realmente muchas de esas millones varían su manera de actuar según un papa sea así o asá. Quizá sea mucho creer en el poder transformador de una sola persona.