Las iniciativas que tienen que ver con la cultura y el mundo rural van a más. En Navarra y en otras partes del Estado. No lo digo por la tendencia tan de moda últimamente de vincularla a la despoblación, como si en el arte estuviera la solución para garantizar la vida en los pueblos, ojalá. Ni me refiero solo a llevar actuaciones o propuestas a pequeños rincones en esa necesaria descentralización, para garantizar el derecho a la cultura de todos los ciudadanos y ciudadanas independientemente del lugar donde residan, sino a creer en la idea de que la cultura no tiene límites.

No es de Pamplona, ni de Barcelona, ni de ninguna otra gran ciudad; que su razón de ser no está en ningún lugar concreto sino allí donde hay personas inquietas con ganas de aprender, experimentar, disfrutar y enriquecerse con todo lo que la cultura nos aporta. Me gusta esa idea de que haya ya festivales, ferias, eventos, conciertos, ciclos, charlas que no se han importado desde la ciudad sino que se han creado y crecen en y para los pueblos. Y allí los disfrutamos, en sus pequeños formatos, tanto o más que los grandes eventos, que de esos también hay cada vez más por toda la geografía. Y Navarra no es una excepción. Los hay en cada zona, de la mano del Gobierno, de los Ayuntamientos, de entidades culturales, de asociaciones o de los propios colectivos que las impulsan. Son propuestas diferentes, que convierten esa diferencia en su valor. Que hacen que te acerques a un determinado pueblo por su agenda cultural, no solo por su paisaje.

Cada vez quedan menos estereotipos de los de antes, de cuando se presuponía que las personas cultas eran las de ciudad, las que tenían acceso a una mejor educación, frente a una cierta incultura que se dejaba para la gente de pueblo. Los tiempos han cambiado, por suerte para bien, en esta percepción del pueblo y la ciudad. En el enriquecimiento mutuo de ambos. En que nadie es más que nadie. Quizás tenga algo que ver el hecho de que hoy en día al menos en Navarra muchos nos sentimos de dos lugares, de Iruña y del pueblo. Difícil elegir. Y la cultura ha sido esencial en ese cambio. Cada vez más escritores, músicos, actores, cineastas... viven y trabajan alejados del ruido y buscan en nuestros pueblos ese silencio inspirador que necesitan. Hay mucho talento y creatividad en el medio rural. La cultura se siembra y se recoge y se transmite de generación en generación. Por eso es importante poder vivirla allí donde se reside, porque deja poso. Y sobre todo me sumo a la creencia de que vivir y trabajar en un pueblo es una opción con futuro también para los artistas.