A mí me parece muy bien que Bruce Springsteen –y otros como Neil Young o Joan Baez, que también lo han hecho últimamente– utilice sus conciertos para dar cera a Donald Trump, puesto que la tiene más que merecida. Son estadounidenses y ellos sabrán mejor que yo qué decir de quien manda en su país. Trump, por cierto, ha respondido a Bruce en una de sus habituales diarreas mentales en sus redes sociales, tachándole de todo –“imbécil prepotente” es lo más suave que le ha llamado–.

El caso es que, como digo, aquí cada uno somos muy libres de dar nuestra opinión y como buenos adultos se respeta lo que digan la mayoría, aunque en el caso de Trump es complejo respetar sus delirios. Eso sí, lo curioso del caso es ver qué poco abren la boca los supuestos artistas progresistas estadounidenses cuando quienes dirigen el país son los denominados demócratas y esos demócratas permiten lo de Gaza, por ejemplo, cuando no colaboran directamente en ello. En casos así, en gobiernos de Biden, Obama o Clinton, callan como muertos ante los desmanes de la truculenta política exterior yankee, tremendamente imperialista, intervencionista y derrocadora de gobiernos ajenos. Al parecer a los artistas progresistas de este pelaje solo les interesa mínimamente el impacto de la política interior, puesto que nada o poco dicen cuando los abusos de la exterior son más que obvios para quienes les vemos desde fuera y no tenemos del todo sorbido el seso por su propaganda mediática y cultural, lo cual, por cierto, no es fácil.

Porque es la realidad: en materia de política exterior hay muy poca diferencia entre lo que hacen unos y otros –al menos hasta ahora– y pocos o ninguno de estos artistas cuestionan el papel hostigador de los USA en el planeta. Hay que irse bastante más a la izquierda de Springsteen para ver a alguno, tipo Susan Sarandon o pocos más. El resto, de los suyos no dicen ni mú.