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El rincón del paseante

Patricio Martínez de Udobro

De bodrios, barrios y pintores

De bodrios, barrios y pintoresPatxi Cascante

Hola Personas, tricentésimo septuagésimo domingo con vosotros para tomar el pulso a nuestra querida Pamplona, y ver lo que hay de nuevo y de menos nuevo. En el primer apartado hemos de apuntar que hemos subido otro peldaño de la escalera de servicio que nos acerca a las 12 am del 6/7, con la elección del cartel que anunciará nuestras celebérrimas fiestas. Ha sido el que yo subliminalmente dije que era mi favorito, ha ganado el patio de mi casa, la fachada que yo veo desde mi balcón del patio es idéntica a la que la pamplonesa Sandra Nadal nos ha mostrado, con sus tendales llenos de coladas festeras albiguleñas, dicho en términos heráldicos. El cartel es original, alegre, colorista y muy nuestro. Enhorabuena.

Bien, el segundo apartado comprenderá una parte de Pamplona que es del ayer cercano, ya que mi garbeo de hoy ha transcurrido por la parte de Abejeras, Iturrama y Pío XII.

He salido de casa, y he comenzado mi paseo por la avenida de Galicia, pasando con los ojos cerrados para no ver el bodrio, el crimen, el adefesio, el desatino, el disparate, la barbaridad, el despropósito que están haciendo con los Maristas. Menos mal que querían respetar la obra de Eusa, la hubiesen respetado más tirando el colegio. He llegado a la plaza de los Fueros y la he atravesado para tomar el túnel que sube a Abejeras, una de las calles con el topónimo más antiguo de la ciudad, según nos dice Arazuri dicha calle ya se llamaba así en 1667. Pero antes he vuelto la vista para ver cómo lleva la primavera mi árbol favorito, ese pequeño roble que hay en el jardín de la plaza frente a Yanguas y Miranda y que forma, con sus hojas y ramas tocando el suelo, una cabaña natural que invita a entrar y disfrutar de su sombra.

La calle Abejeras la recuerdo cuando era una sucesión de casas bajas, modestas algunas, fincas de recreo otras. Recuerdo una casa que había, pasada la mitad de la calle, hacia el actual número 17, que tenía a modo de barandao, en los dos peldaños que daban acceso a la vivienda, unos troncos hechos de yeso y pintados de verde. En un dibujo que hay tras el frontis del pequeño frontón que hay en la calle Río Ega la podéis ver. Al final de la calle vi dos cosas que me llamaron la atención, una fue la rampa mecánica que sube, sin esfuerzo, a los vecinos de Azpilagaña hasta Iturrama. Ya sé que la pusieron hace tiempo, pero vi con gusto que funciona perfectamente, cuando me consta que pasó por peores momentos, y la otra fue un punki, sí, sí, un punki de esos de cresta amarilla y cabeza rapada con su chupa negra de cuero llena de chapas, cadenas y chinchetas, pantalón negro y botas de aire militar, uno de aquellos que tanto se veían en los sanfermines de los 90. Me dio un viaje en la máquina del tiempo. En ese punto acababa el viejo camino, más tarde calle, de Abejeras, llamada de Corella entre 1967 y 1972, hoy tiene prolongación que la conecta con la avenida de Navarra, más conocida como la variante. No tomé el nuevo ramal, sino que hice derecha para tomar la calle que da nombre al barrio: Iturrama, que, si no me equivoco, quiere decir fuente madre, o sea, manantial. La calle se comenzó a construir allá por los años 70 con los números impares que formaban la cooperativa Santa Elena, bloques que estuvieron solos muchos años, alejados de la ciudad y con una urbanización digamos que… mejorable. Con el tiempo la calle entró en una dinámica de crecimiento y, poco a poco, las viejas casas, que formaban el barrio hortelano, fueron cayendo y se fueron levantando edificios y más edificios y aparecieron bocacalles, otras calles y parques y tiendas y bares y bancos y un hotel, que ostentaba el nombre de la ciudad, y se llegó al final desembocando en Pío XII. Curiosamente las casas que lindan con la avenida del papa Pacelli, también se levantaron mucho antes que el resto. Y hasta allí llegué, y en vez de salir a la gran avenida, antes carretera de Estella, me metí a la derecha y recorrí las calles de los pintores navarros y anduve con Ciga y con Basiano, que no sé si fueron amigos en vida pero el callejero los ha juntado para los restos, y llegué a una calle por la que no había transitado jamás hasta entonces, así son las cosas, la corta calle del pintor Asenjo, y salí a la trasera de la torre Basoko y me enteré que el rincón sin salida que se abre a su derecha, y que nos hubiese llevado a Casa Emeterio a jugar a la rana, se llama calle de Santa Felicia. Y de ahí, de hacer descubrimientos en mi ciudad, me planté en la gran avenida que tomé dirección a la Taconera. Ciertamente, toda esa zona de Pío XII con Monasterio de Urdax, Avenida de Barañáin, Torre de Erroz, el comienzo de la Avenida de Bayona etc. se considera ya centro de la ciudad. De Navas de Tolosa, por el edificio Singular, llegas sin solución de continuidad, es III ensanche, pero ya es céntrico. No hace mucho era puro extramuros. Hoy ya no.

Llegado al Bosquecillo lo atravesé para, dejando a mi derecha San Lorenzo, entrar en la calle de San Francisco. A la mitad de esta vieja rúa a mano izquierda se encuentra uno de los conjuntos arquitectónicos más bonitos de la vieja Iruña: la arcada de la trasera del Palacio de San Miguel de Aguayo, más conocido por Palacio de Ezpeleta. Ese patio, en el que tantas niñas jugaron, hicieron gimnasia, pasaron buenos y malos ratos escolares cuando el edificio albergaba el colegio de las teresianas, tiene una planta baja más dos pisos con 14 arcos en los dos primeros y 16 en el tercero que no tiene igual en Pamplona. Al principio de la calle, esquina con Eslava, se encuentra un elegante edificio, obra de José María Aramburu y Elízaga, que tiene en sus balcones la rejería más bonita de la ciudad. Recordé que también su portal era digno de visita y, aprovechando que salía un vecino y entraba otro, me colé en su interior y anduve admirando su belleza y la de su escalera, la belleza de lo bien hecho. Salí y seguí mi paseo, atravesando la Plaza de San Francisco cambié de burgo, abandoné el de San Saturnino para entrar en el de San Nicolás por la plaza del Consejo, que me llevó a la palaciega calle de Zapatería, señorial vía que alberga en pocos metros los palacios de Urtasun, haciendo esquina con la plaza, Guenduláin, Navarro Tafalla y Mutiloa. Llegué al pozo de la Salinería, continué mi camino por la misma calle y entré en una de las muchas tiendas que la llenan para comprar un regalo. Acabado el recado volví sobre mis pasos para tomar Pozoblanco, Comedias y, por San Ignacio, volver al II ensanche y dar mi paseo por acabado.

Llegué a casa, una vez más, con la cabeza y el sentimiento llenos de mi querida Pamplona.

Besos pa tos.

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patriciomdu@gmail.com