Pues la verdad es que la susodicha Melody –ayy amá qué turras nos dan con estas cosas de Eurovisión– muy fina –más bien torpilla– no estuvo diciendo que ella era artista y que no se metía en política, cuando lo de Gaza de política tiene poco y sí más de pie en pared ante un genocidio, pero no es menos cierto que aquí, en general, te meten el micro en la boca a modo de ganso para sacarte el foie gras de qué opinas de esto, de lo otro, de lo de más allá y, si por el motivo que sea, que es tuyo, no dices nada o te sales por peteneras o porque efectivamente a ti aquello no es por lo que estás en el foco y a nadie le importa un bledo te cae la del pulpo.
Ya digo: la susodicha estuvo torpe, pero tiene su buena parte de razón –no en el caso concreto, que lo podía haber sorteado con mayor humanidad– en la idea de fondo, que no es otra que aquí ninguno somos nadie para exigirle al de enfrente que se manifieste, porque al de enfrente igual no le apetece, no tiene por qué, no le da la gana, opina lo que sale, opina distinto a ti y no quiere una discusión, opina lo mismo pero se siente invadido en su intimidad o sencillamente cree que nadie tiene derecho a preguntarle lo primero que se le pase por la cabeza.
En el país España esto funciona mucho y a nada que no se responda o no se responda lo que quiere una corriente de opinión u otra enseguida te comienzan a caer los palos, te ponen delante decenas de comparaciones de quienes sí se manifestaron y te exigen una honestidad intelectual o valentía –o llámenle como quieran– que no se exigen a sí mismos, puesto que no ocuoan tu lugar y tu circunstancia personal. Ya digo, Melody metió el remo al evitar algo muy sencillo de contestar, pero nos pasamos mucho de frenada etiquetando y señalando a la peña, mucha de la cual, además, bastante tiene intelectualmente con hacer lo suyo dignamente y no meterse en mucho más. Y en su derecho están.