La tragedia ha vuelto al mar. Creo que nunca se ha ido. Está allí, como las olas, van y vienen, en días de calma no las vemos pero siguen su ritmo. El drama humano de la inmigración también, navega en el mar a la deriva. A veces en mares lejanos otras en nuestras costas. Y en momentos como éste, con la dura imagen del último cayuco volcado en El Hierro en el que al menos siete mujeres han perdido la vida, es difícil no pensar en ese mar y en las vidas que se lleva.
En los sueños arrasados, en el naufragio de nuevo de los derechos humanos. Esta vez la tragedia ocurrió en el puerto de La Restinga, una población de la isla canaria de El Hierro, cuando la embarcación ya se aproximaba al muelle para que sus ocupantes pudieran bajar a tierra. Se sentían a salvo. Tocaban su sueño con estirar la mano. Pero no tenían fuerzas. Solo ilusión. No fue suficiente. La angustia tras diez días navegando y la cercanía de ese ansiado deseo de alcanzar por fin una tierra en la que reiniciar la vida fue su trampa mortal. Habían partido de Guinea Conakry hace diez días.
Eran más de 150 personas, casi una treintena menores de edad, casi todos senegaleses y guineanos. Fueron localizados en alta mar y custodiados hasta el puerto canario. La tragedia se vivió en directo pese a los esfuerzos del personal de Salvamento Marítimo, con todas las partes implicadas, y a la propia población de la localidad canaria que hicieron lo imposible por intentar salvarles. Una población solidaria, acostumbrada tristemente a este tipo de situaciones, a ver de cerca los ojos de la desesperanza de quienes mueren o llegan muy mal heridos en ese duro trayecto en el que dejan todo atrás para lanzarse al mar con el único sueño de conseguir una oportunidad para tener una vida mejor. Esta vez estaban a pocos metros de lograr ese sueño. La hermosa localidad de La Restinga, un pueblo de pescadores situado en el punto más al sur de la isla de El Hierro, se promociona turísticamente como “un lugar perfecto para aquellos que buscan relajarse en una playa protegida de las olas por el espigón del puerto que la convierte en la opción ideal para toda la familia”. Pero la vida tiene estas contradicciones, no es igual para todos, no es justa. A revés es demasiado injusta y cruel.
Donde unos encuentran la calma otros solo pueden vivir la tempestad. También eran familias quienes viajaban en ese cayuco. Hoy me viene a la mente la canción de Chambao, escrita hace casi 20 años. “Muchos no llegan, se hunden sus sueños, papeles mojados”. La tragedia vive en el mar, aunque no la veamos. Unos alcanzan la playa, otros se quedan en la orilla.