El hombre del traje gris, cantaba hace unos días Joaquín Sabina en su precioso concierto que llegó a Pamplona en plena tormenta política. Ese traje que transforma y oculta y que de alguna manera disfraza a los hombres. No a todos, ni siempre, pero sí a menudo. A un hombre con traje se le juzga distinto; se le presupone ya una cierta posición y algo de poder o al menos de estar cerca de los poderosos. Veíamos hace unos días a uno de esos hombres trajeados saliendo a la puerta de su casa vestido con una camiseta blanca mal apañada, de esas de estar por casa, con pinta de persona corriente. Y se le veía días después entrando a declarar vestido de traje, el mismo o parecido que ha llevado en toda su trayectoria política. Hay dos mundos entre esa camiseta y la ropa de etiqueta. No tengo claro si hay dos hombres o son el mismo, en un caso disfrazado y en otro tal como es. También hemos visto a otros cambiar el traje por un polo. Dos versiones de nuevo. Los versos de Sabina llegaban la semana del informe de la UCO. “Lo niego todo”, seguía cantando el de Úbeda, como en una premonición de lo que esos hombres de traje gris venían a contarnos en este inicio de verano. Negarlo todo. Ojalá la vida fuera como una canción de Sabina donde “las verdades no tengan complejos y las mentiras parezcan mentiras”. Pero no sé. No corren buenos tiempos para la verdad, tampoco para la poesía. Es un género lento y sincero. Y creo que hay que reivindicar esa lentitud, ese dar tiempo de parar y avanzar despacio en un mundo que va demasiado rápido, como alocado. Un tiempo de verano que el hombre del traje gris nos está robando, como robó aquel mes de abril.