Cadenas de favores. Es la manera como funciona una trama de corrupción. De todas las informaciones que se han ido conociendo a través de informes policiales y judiciales se deduce fácilmente que debe haber más personas involucradas en el célebre triángulo tóxico. Y sin mucho misterio salvo el de la presunción de inocencia. Entre ellos se apoyan porque todos tienen algo que deber a alguien.
Empresarios que presuntamente consiguen obras millonarias de las administraciones a cambio de mordidas, por cierto las mismas grandes corporaciones que estaban en otras tramas como la Gürtel. Viajes, trajes, comidas de copete, alquileres o reformas de pisos –añadan lo que quieran para llevar un tren de vida alto– que nadie sabe muy bien cómo se han pagado. Cargos públicos que se reciclan en trabajos-chollo que logran por enchufes. Empresas o sociedades públicas que sirven de agencia de colocación. Cargos de libre designación en la administración a los que se nombra bendecidos porque después los necesitas. Todos y todas serviles.
Quedan los colaboradores que una intuye que también cobrarán en metálico aunque sea por discreción: esos clubs de alterne, restaurantes o cantinas VIP para gente selecta... Bares qué lugares –como dice la canción– tan gratos para conversar con amigos y cerrar negocios. Amigos entre comillas de esos que luego te apuñalan si pueden con tal de defenderse. Y modelos que tratan de esconder material sensible de un ex político investigado durante un registro. Amigas también entre comillas.