En una nueva demostración de resistencia, Pedro Sánchez superó el pleno sobre la corrupción dejando en la gatera menos pelos de los que todos esperaban. En verdad, el ambiente que habían creado los medios le era todo menos propicio a un presidente abrumado por las presuntas delincuencias de sus gentes de confianza y la incertidumbre de seguir dependiendo del apoyo ajeno, un apoyo defraudado y cabreado ante el que se veía obligado a rendir cuentas y comprometerse a enmienda.

Venía Sánchez de un fin de semana aciago con su secretario de organización en la cárcel y un congreso federal más tenso que nunca en el que no faltaron reproches para terminar con un nombramiento frustrado por presuntos abusos machistas. Venía Sánchez precedido de un fuego mediático graneado y un recelo fundado sobre la actitud de las fuerzas que le vienen sosteniendo desde 2018. Venía también con la convicción de que la actitud de la oposición iba a ser implacable, feroz, dispuesta a apuntillarle.

Tras su enésima petición de perdón y reconocimiento de erres en la designación de puestos de confianza, Pedro Sánchez tuvo la habilidad de presentar un paquete de medidas contra la corrupción que incluía sobre todo las sugerencias de Sumar, su cogobernante, que bien pronto se las atribuyó. El jefe de la oposición, un Feijóo crecido por las encuestas y su consagración como pretendiente único y aclamado, desplegó su ya conocida batería de reproches, acusaciones y maledicencias, convencido de que con él se acabó el sanchismo, mientras Abascal se limitó a vomitar improperios y largarse.

Luego resultó que los partidos de apoyo al bloque progresista, uno por uno, cumplieron su obligación de reprochar a Sánchez, a pedirle más explicaciones y a advertirle de diversas maneras que no contase con un apoyo infinito e incondicional. O sea, que ojo. Pero quedó claro que, al menos de momento, seguirían sosteniéndole. Algunos lo expresaron alto y claro y otros con disimulo, pero evidentemente todos ellos dieron a entender que preferían seguir sosteniendo a Sánchez y sus miserias, antes de ceder el paso a una derecha ultramontana que supondría el retroceso de todos los avances conseguidos por este Gobierno tan inseguro.

Y aquí fue donde Feijóo se descompuso. Y aquí fue, también, el desmadre del “y tú más”, las alusiones destempladas a la familia y, el mayor error del pretendiente, las arremetidas contra los partidos que ahora apoyan al bloque progresista y rompió todos los puentes con los que se vería obligado a recurrir para llegar al poder. Perdió Feijóo los papeles y, una vez más, Pedro Sánchez se le escapó vivo de un pleno que esperaba definitivo para su defunción política.

Entró al Congreso medio muerto y salió medio vivo Pedro Sánchez, pero al parecer no se han acabado los sobresaltos. No mientras la oposición y sus medios afines sigan alimentando la incertidumbre de los interminables informes de la UCO y lo que puedan largar los agraviados. Que se demuestre que Sánchez estaba al tanto de las mordidas o que su partido se haya financiado con ellas es la clave. Mientras tanto, y ojalá sea que no, podemos respirar hasta 2027.