La Diada de Catalunya volvió a ofrecer un ambiente festivo y reivindicativo, sin que las divergencias políticas entre los sectores del país, dentro y fuera del soberanismo, deslucieran la celebración del sentimiento nacional. La jornada está siendo tan señalada en el calendario por el nacionalismo catalán como por sus detractores, que acostumbran a desmarcarse del día nacional ratificando su propio relato de negación de la especificidad social, cultural y política de Catalunya. El clima entre familias políticas sigue marcado por abiertas diferencias, pero ayer pesaron más las apelaciones a la concordia que las estridencias de quienes promueven otros intereses. La normalidad a la que apela el president, Salvador Illa, es un ejercicio de convivencia desde la divergencia, y no de uniformidad y silenciamiento de esta última. Esa normalidad está más condicionada por las dificultades para cerrar las heridas del procés en el ámbito judicial, que por un desencuentro social de calado. La ciudadanía catalana vive con más respeto y tolerancia la divergencia de lo que reciben desde fuera. El fenómeno no difiere del que experimenta la vasca, aunque no deje de haber en ambos casos minorías, cada vez menos representativas, que exacerban la confrontación para autoafirmarse.
En cualquier caso, es más sana la normalidad que se vive en Catalunya hoy que la que se pretende imponer mediante la suspensión de sus derechos políticos o el encarcelamiento de los líderes elegidos por mayorías democráticas cualificadas. Es una constante del nacionalismo español más excluyente, que carece de sensibilidad de mutuo reconocimiento por ser un proyecto que necesita imponerse para no sentirse amenazado. Así se propician choques con una legalidad básica sobrevenida y una interpretación jurídica restrictiva de principios mucho más abiertos en la propia Constitución del 78. Es la simulación de una propuesta de igualdad que se entiende como homogeneidad y niega la diferencia, sea política, lingüística o institucional. El alineamiento en la perseverancia de los proyectos nacionales de Euskadi y Catalunya refuerza a ambos, desde las características singulares de cada uno, pero siempre desde la democracia y la referencia europea; activos imprescindibles para lograr el reconocimiento y desarrollar un proyecto de bienestar colectivo y cooperación como decisión propia de los sujetos de derecho que son ambos pueblos.