Acaba de salir Cronofobia, ensayo del periodista Sergio C. Fanjul sobre el paso del tiempo, la aceleración temporal o la nostalgia. Publicado por Arpa, plantea, entre muchas cuestiones, si la escritura parte de “la necesidad de fijar algo” contra el implacable fluir de los años. Comprender dicho transcurrir; de eso se nutre la sociología, el periodismo y otras muchas disciplinas.

Somos el tiempo que vivimos y el olvido que seremos, como recordó el escritor Héctor Abad Faciolince. Por eso también en la política radica un deseo de dejar huella. Cronofobia o cronofilia, a veces los recuerdos biográficos se llegan a apoderar de los históricos. Momentos tan intensos, tan fijados en la memoria, que acaban mapeando nuestro futuro. Yo, por ejemplo, asocio el otoño del 82 al inicio de un cambio de época que mi padre no llegaría a conocer; a un mundo que comenzaba mientras el nuestro se sacudía. Y eso deja muchas preguntas y mucha necesidad de respuestas.

El rey coronado

“La gente joven se cree que el mundo empezó cuando ellos nacieron. Y los viejos que el mundo se acaba cuando nos marchemos”, observa Iñaki Gabilondo. En ese doble equívoco nos movemos, y por eso el periodismo es tan necesario, porque aspira a explicarnos la realidad. Han pasado once años desde que Juan Carlos I abdicó y 50 desde que asumió el mando de Franco. Al emérito le chifla coronarse, ahora con sus memorias con ribetes de Dinastía. Cada vez está más claro que el juancarlismo se basó en una narrativa, en el culto a un rey que se va descubriendo manifiestamente necio, atendiendo a la definición del adjetivo que ofrece la RAE.

Obsolescencias

Mientras los reyes viven en su mundo, los políticos se someten a las urnas, y la mayoría acaba mal al cabo de un tiempo. En una década Podemos se ha desmoronado. En su día UCD duró un lustro y el PCE se fue medio a pique en ese mismo intervalo. Ciudadanos, CDS o UPyD son ya historia. No duraron mucho Unidad Alavesa ni el CDN, y menos aún la coalición Nafarroa Bai. Durar es un éxito objetivo, aunque resulta más sencillo emerger que mantenerse, como en casi todo. Luego están los matices: Eusko Alkartasuna cumplirá 40 años en 2026, pero con tamaño Liliput dentro de EH Bildu. Sin olvidar la metamorfosis de Euskadiko Ezkerra...

Al emérito le chifla coronarse, ahora con sus memorias. Cada vez está más claro que el juancarlismo se basó en el culto a un rey manifiestamente necio

Un proyecto político también se mide por su capacidad de regatear el paso del tiempo, lo que no es nada sencillo. Vivimos a un ritmo informativo supersónico. Más veloz aún que en aquellas noches mágicas al inicio de la Transición en las que tantos se acostaron franquistas y se levantaron demócratas. La cuestión es qué futuro nos pinta la ultraderecha y cuánta gente podría descambiarse de chaqueta ahora que la ventana de Overton se desplaza y la involución aumenta.

Visto lo visto

Por eso la clave no es tanto cuánto durará Sánchez en la Moncloa, sino lo que vendrá después. El miedo a un Gobierno PP-Vox además de legítimo es del todo razonable. La incógnita debería inquietar hasta a la Casa Real, experta en tratar de ganar tiempo al tiempo. A ver que tal sentaría a Zarzuela el abrazo del oso Abascal. Quizás Letizia lo tenga claro, más incluso que Junts, que ha insuflado oxígeno a Feijóo tras un inicio de semana pésimo para Génova. Como dijo Antón Losada en la Ser, el PP se ha pasado casi dos años queriendo volver a julio de 2023 y votar otra vez, y ahora quiere volver a julio de 2025, “cuando tenía al Gobierno y al PSOE cercados”. Parafraseando a Fanjul, una cronofobia de manual.