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El rincón del paseante

Patricio Martínez de Udobro

De paseos, ocas y colores

De paseos, ocas y coloresIban Aguinaga

Hola personas, espero que estéis todos ahí, atentos a lo que viene, ya sabéis que paso lista.

Esta semanita he querido ver con todo su cromatismo el otoño pamplonés. La semana pasada vimos un avance, recorrimos la parte noreste de la ciudad, Medialuna, bajada al río desde Beloso y Magdalena, pero hoy vamos a ver el plato fuerte que Iruña custodia en su corazón verde. Pamplona, ya sabemos que no solo es verde en su bandera, y no exagero si digo que es una ciudad de corazón verde. En el paseo de hoy, haré un spoiler, desde que he entrado en el Paseo de Sarasate hasta que he abandonado la Vuelta del Castillo, he ido todo el rato cubierto por un interminable techo de hojas.

Vamos a verlo.

He salido de casa a media mañana y por la Avenida Comercial, antes de Carlos III, he llegado a la plaza del Castillo y he tomado a mi izquierda para llegar al Paseo de Sarasate, de quien quiero pararme a hablar un poco mientras lo recorro lentamente.

El paseo de Sarasate es tan postinero que, cuando el internacional violinista desbancó al escribano Prudencio Valencia, un pasante de escribanía que vino de Bargota con 17 años y gracias a su buen hacer con los papeles y a su matrimonio con una hija de “buena familia” de la ciudad, ya que casó con una Huarte , del colegio de la calle Mayor, se labró una fama y una posición que, el pueblo primero y el ayuntamiento después, le premiaron llamando por su apellido al naciente paseo desde 1853 hasta 1903, año en que cedió el honor a D. Melitón –que talmente se llamaba D. Pablo– y le llamaron Boulevard Sarasate. Tal era la consideración que se le tenía a dicho paseo, y así se llamó hasta que, en 1925, al excelentísimo le dio un ataque de hispanidad y sustituyó el afrancesado término por el español paseo. He entrado por su desembocadura de la Plaza del Castillo, como he dicho, y he llegado a uno de los espacios más monumentales de la ciudad. A la Izquierda el Palacio de la Diputación, que se levantara, a mediados del siglo XIX, en terrenos que ocupaba el convento de las carmelitas descalzas, siguiendo los planos que dibujara el arquitecto José de Nagusia. De estilo clásico, con su frontón sus columnas, sus figuras, sus banderas y sus porches, preside el paseo que se extiende ante él.

A la derecha Casa Baleztena, ese viejo caserón decimonónico, testigo mudo de otros tiempos y protagonista de algún que otro hecho reseñable. Y en el centro, erecto, enhiesto, el monumento a los Fueros, levantado por iniciativa de Fiacro Iraizoz y pagado por cuestación popular. Está coronado por la figura de una bella mujer que en su mano izquierda sujeta un pergamino en el que pone Ley Foral y en su mano derecha tiene parte de las cadenas que conforman nuestro escudo. La representada era Rosa Oteiza, una chica de modesta posición, amante del hermano del arquitecto, Martínez de Ubago, y, a la sazón, escultor, autor de la obra. Semejante desfachatez hizo que el Obispo se negase a inaugurarla con golpes de hisopo y ahí sigue, sin haber sido inaugurada de forma oficial.

El paseo a lo largo de los años ha albergado lugares e instituciones como para ser una ciudad en sí misma. Hubo un hospital, un cuartel, una casa de baños, un hospicio, un edificio del vínculo, un palacio de justicia, el restaurante de las Pocholas, el Mesón de Carros, la Fonda Europa, el colegio de los escolapios, la casa de los pastores y la heladería de los Italianos (lo mejor de todo), y hoy hay una iglesia gótica, la central de Correos, el palacio de la Diputación, la heladería Nalia y toda clase de tiendas y servicios.

He seguido mi andanza por la acera de los pares que me resulta mucho más familiar, la otra rara vez la uso. Entre Comedias y San Nicolás están las casas más interesantes, o, mejor dicho, las únicas interesantes. Mientras paseo me vienen a la memoria sus comercios, Urrutia, Zucitola, Nalia, luego había una tienda con un precioso escaparate de cristales curvados que no recuerdo su nombre, Las Pocholas, Artesanía Olaso, aquella pequeña tienda siniestra, oscura, pero que entrabas y era un paraíso de cacharrillos y cachivaches. He parado a hacer una foto de lo que hoy tiene, que es poco, y desde el balcón una vecina me dice, ¿qué busca?, nada, hago una foto de la tienda, ah, una foto, replica, ¿quiere que le haga a Vd. una?, le he dicho, no contesta, y cuando levanto mi teléfono hacia ella y le digo: sonría por favor, me dice, coqueta, no, no, que no llevo dientes. Casi me caigo de risa y ella también, le he hecho una buena foto, se la merecía.

He recordado Viajes Vincit y la heladería La Vital, luego el callejón y la iglesia. En ese tramo tenemos tres edificios muy interesantes, uno que albergaba la cofradía de San José y que tiene al santo en su fachada, el de al lado al que han puesto una placa informativa de quién fue su constructor, D. Juan de Lastiri en 1711, y el que le sigue, una casa muy señorial rematada de una galería de arquillos. He abandonado el paseo por la esquina de Casa Alzugaray y me he despedido de los Reyes viajeros que en nada mudarán a la Taconera. He tomado la calle Ciudadela y me he plantado en el maravilloso parque de la Taconera.

No me ha defraudado, nunca defrauda. Era la paleta de un pintor, verdes, ocres, pardos, marrones, amarillos, rojos, granas, todos ellos envueltos por un cielo azul intenso que recordaba a cielos sevillanos. He entrado por el paseo central y ante mí en su pedestal se enseñoreaba Gayarre vestido del Pescador de perlas, abajo una empleada municipal interpretaba la Sopladora de hojas. Dos tiempos, dos oficios. La vegetación se sucedía sin cese, a un color le sigue otro, a un árbol otro mejor, a unas flores otras más perfumadas. Me he asomado al foso de las aves, en él se encontraba un propio limpiando el estanque de hojas caídas, para ello hubo de espantar a las ocas levantado su rastrillo, salieron de naja montando una escandalera increíble. Dicen que son mejores guardianas que los perros. Cuando el limpiador acabó su tarea, listas ellas, volvieron a su rincón. Tras ver y retratar lo que el parque me ofrecía, he seguido mi camino bajo hojas bordeando el revellín de San Roque, para salir a Antoniutti que, así mismo, se encontraba deliciosamente otoñal y me ha recibido con el intenso amarillo de unos jóvenes arces.

He cruzado hasta la Vuelta del Castillo que ha sido quién ha colmado el vaso de la vegetación, el color y el disfrute, qué lujo tenemos al alcance de la mano. Señoras y señores, jóvenes y jovenas, perros y perras y un sinfín de fauna urbana llenaba de vida su césped.

He llegado a la plaza de los fueros y por la Avenida de Galicia he vuelto a mi cueva.

Cómo disfruto de mi ciudad.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com