Han transcurrido más de dos meses desde que le fuera concedido el Nobel de Química a Daniel Shechtman, pero no por ello nos olvidamos de él. El galardón se le ha concedido por haber descubierto los cuasicristales, un material que la comunidad científica nunca imaginó que pudiera darse. Daniel, observando al microscopio una aleación de aluminio y manganeso, vio cómo los átomos estaban estructurados de una manera, para él y los demás colegas incomprensible. Sin embargo, ahí estaba. Se trataba de círculos concéntricos, en los que en cada uno de ellos aparecían diez brillantes puntos que se hallaban separados por la misma distancia.

Necesitaríamos de más espacio para poder explicar adecuadamente las simetrías de los cristales. Pero de todos modos, estas líneas lo que pretenden es poner de manifiesto una vez más la amargura de tantos y tantos investigadores como Daniel, que únicamente porque han llegado más allá que sus colegas, tienen que soportar por parte de éstos no solo el rechazo, sino la persecución. En este caso, incluso él mismo, a la vista de aquel extraño fenómeno, era presa de contradicción; hasta ese momento también él formaba parte del grupo de escépticos: lo estaba viendo y parece como si le fuera a doler la cabeza. Fue no solo reprobado, sino invitado a abandonar su unidad investigadora. Fueron necesarios nada menos que diez años para que la comunidad científica avalara su descubrimiento. De este modo, Shechtman ya forma parte de ese numeroso grupo de expulsados del que forman parte, entre otros, Servet, Fleming?

La ciencia necesita (tiempo ha) un tirón de orejas a este respecto. Ya va siendo hora de que esos dioses de bata más o menos blanca, se despojen de ella, pisen la tierra con pie descalzo, abran su mente, escuchen serenamente y, de la mano de esos colegas que en principio tienen algo que decirles, investiguen con ellos, sabiendo que un aspecto aparentemente incuestionable puede dejar de serlo si alguien descubre y demuestra que ello es así.

Y, de paso, ojo con aquellos otros que nos quieren vender ciencia cuando no lo es: la ciencia solo es una, y tiene todavía muchas sorpresas que mostrarnos, aunque ello parezca no tener un hueco en nuestras diminutas y a veces cuadradas cabezas.