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Hypokrates

La palabra hipócrita nos la regalaron los antiguos griegos. En el teatro clásico griego, el hypokrates -el que es otro- era el nombre dado al actor. Sin la carga peyorativa que le otorgamos en la actualidad, se reconocía la capacidad del intérprete para transmutar en otro. Pienso ahora en qué gran suerte tienen hoy en día nuestros políticos: sin ninguna necesidad de pasar por escuela de interpretación alguna, tienen una gran facilidad innata para convertirse en el otro. La mal llamada clase política -igualmente no existe una clase carpintera, bombera o médica- actualiza el hypokrates y donde dije "apoyamos la educación y la cultura" digo "dejo morir una escuela de arte dramático". Qué más le dará a la, repito, mal llamada clase política, que tan poca clase demuestra tener, que la Escuela Navarra de Teatro desaparezca. Ellos no necesitan estudios de actuación; dominan a la perfección el arte del gesto y la palabra, y conocen de sobra cómo embobar a su público en el escenario mediático para, después en sus camerinos, brindar por el éxito de su función. Pero la función del político debería ser otra: establecer bases para la construcción de una sociedad mejor, donde la hipocresía y el cinismo -y ahora sí me refiero a sus connotaciones actuales- no fueran elementos de su lenguaje actoral.