Hace 40 años, los Estados Unidos llevaban a cabo en el archipiélago de Amchitka (Alaska) diferentes pruebas nucleares. Ante aquello, un grupo de activistas alquilaron un viejo pesquero al que llamaron Greenpeace y con él surcaron las aguas para intentar detener las explosiones. Obviamente no lo consiguieron, pero sí lograron que la sociedad se posicionara en contra de ellas y protestara enérgicamente. Meses más tarde, los Estados Unidos pusieron fin a las pruebas.
Con esta actuación, aquellos activistas sentaron los ideales de Greenpeace. Ideales que no son otros que las acciones pacíficas y la independencia política y económica. Así, aquel nombre elegido para el viejo pesquero lo fue también para denominar a la gran organización ecologista.
Sus socios se cuentan ya por millones, y son decenas las oficinas a lo largo y ancho del planeta. Me vienen ahora a la memoria las palabras del querido amigo ya fallecido, el escritor Miguel Delibes, cuando me decía respecto a Greenpeace: "Son los abanderados de todos los que deseamos fervientemente un mundo más sano y pacífico".
Felicitaciones pues para estos adorables guerreros verdes. Probablemente, ante estas palabras de reconocimiento, habrá multitud de ciudadanos que opinarán que Greenpeace no es lo que aparenta ser. No importa; lo mismo manifiestan respecto de Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras, etcétera, etcétera. Benditas asociaciones que son como ráfagas continuas de brisa solidaria.
Cuando ahora contemplamos el entorno y vemos contenedores y plantas para el reciclaje, folios reciclados o ecológicos, coches eléctricos, ministerios de Medio Ambiente, parques eólicos y solares, huertos ecológicos, renovables, etcétera, damos por bien empleadas tantas y tantas jornadas de trabajo divulgativo en años atrás, soportando entonces no solo la indiferencia sino la ironía. Sin embargo, el camino es éste, y no otro. Nuestra querida madre Tierra se halla postrada en estado lamentable, mirándonos con sus ojos llenos de ansiedad.