Digo lo mismo que Miguel Hernández en su elegía a Ramón Sitgé: "Tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento".

Ni siquiera ha salido la esquela. No hace falta. Nos hemos enterado los amigos y familiares. Callo su nombre por más que fue alumno mío. Y por haberlo sido, tanto más me duele. Compañero del alma, compañero.

Si alguien quiere saber lo que siento, lea a mi poeta preferido tras Antonio Machado y Federico García Lorca en su Elegía.

De las decenas de miles de alumnos que en 38 años he tenido, 53 han fallecido, 12 de ellos suicidados. ¿Qué más puedo decir sino que se me rompe el alma?

Cuando un amigo se va.

No venía a verme, ni a tomar café conmigo, pero la distancia no disminuye el cariño ni el amor, sino que los acrecienta. Y lo digo desde la ausencia de mi amor perdido, de mi soledad sonora. Desde mi noche oscura. Que muero porque no muero. Ni Teresa de Jesús ni Juan de la Cruz escuchan mi grito del alma. Nadie, ni siquiera mi santa madre, me hacen caso alguno. Menos aún el fundador de la Obra, a quien a veces me dirijo por si hace un milagro, porque creo que para mí su canonización fue un desliz de Juan Pablo II. Tanta amistad se tenían. No beatificó siquiera al padre Pedro Arrupe, con quien se las tuvo tiesas. Y vuelvo a mi antiguo alumno fallecido.

Compañero del alma, compañero.