Los tiempos y las costumbres van cambiando a un ritmo trepidante, y una buena prueba de ello son los altos porcentajes de incineraciones que se producen tras el fallecimiento.
Últimamente he asistido a una despedida por este motivo en el crematorio de Pamplona, y contrariamente a lo que pensaba no lo pasé mal, ni salí triste, sino que vi a los familiares y amigos (yo) del fallecido con buen estado de ánimo porque la despedida había sido de todo menos triste. Bien es cierto que se nos va la persona querida, pero también es cierto que una despedida como él se merecía, ayuda. Fue un acto con música de chistu, con sus colegas de fiestas y merendolas cantándole como si él estuviera también cantando sus canciones de siempre, a la guitarra de acompañamiento de su sobrino. Emocionante.
Por la oficiante, se recordaron y comentaron distintas fases de su vida, de familia, de trabajo, de alegrías, de dificultades, su vida. Se leyeron emotivas poesías y hubo respetuosos silencios.
Por último, se le despidió con un sentido Agur jaunak y desapareció tras las cortinas del crematorio. Rostros iluminados en los asistentes, conversaciones alegres, en fin, lo dicho.
Fue un grato descubrimiento este tipo de ceremonias, que ayudan y mucho a que la separación del ser querido no nos resulte tan dolorosa.
Ya por la tarde noche, en el funeral, también abundante música. En mi hora, yo también lo quiero así.