Saber un poco de todo nunca está mal, todos quisiéramos ser eruditos, da una imagen muy buena de una persona. Está bien saber, por ejemplo, de historia, de tus orígenes, tus raíces, etcétera. El saber no ocupa lugar, sin embargo, puede hacernos daño. A poco tiempo de la selectividad no dejo de preguntarme a mí mismo por qué a un alumno de Ciencias de la Salud se le exige a estas alturas conocimientos de Historia o de Lengua, por poner un ejemplo.

Me encuentro en un momento de estrés por el tramo final del curso, algo normal en 2º de Bachiller. Ahora bien, además de normal, ¿es correcto? El sistema educativo actual deja que desear, ya no sólo por la diferencia de inversión respecto a otros países, asunto del que no estoy muy informado, apenas tengo 17 años; sino también por la cantidad de asignaturas que son innecesarias a estos niveles. A un año de la universidad el nivel de especialización de la enseñanza es pésimo y por ello nos encontramos estudiando conocimientos totalmente inconexos con una alta exigencia.

Todo el mundo puede pensar que el lado positivo de este curso es que, por lo menos, aprendo cosas nuevas. Por desgracia, esto no es así, los profesores se ven obligados a dar un temario extenso en un tiempo limitado, que suele traducirse en un montón de datos aprendidos de memoria hasta el día de selectividad, en el cual vomitamos todo lo memorizado. Por si fuera poco, la nota de esta prueba es la que decide tu futuro, algo que nos determina a la hora de elegir estudios universitarios y que puede no corresponder realmente con nuestro esfuerzo.

Así es la imagen que se ve desde dentro del sistema educativo, poco dinámico, muy exigente y con pocos resultados. Finalmente, este último curso puede llegar a parecer un año casi perdido. Impresionante, pero los estudiantes no viven tan bien como parece.