En unas semanas el bar Aldapa cierra. Parece ser que alguien con mucho dinero ofreció una cantidad de dinero arrebatadora al dueño del local a cambio de garantizarles la transacción con la idea de poder echar a sus anteriores gerentes y trabajadoras y reformarlo completamente para que no quede ni rastro material o humano de lo que fue. Un bar de los años 50 de los que ya casi no quedan por aquí, con una bella arquitectura interior, una buena carta de bebidas y manjares varios, una gerente que pagaba puntualmente el alquiler y sobre todo una gran parroquia fiel repleta de músicos, escritores, artistas y demás criaturas. Todo un suculento caldo de cultivo del que han salido proyectos, amoríos, amistades, libros, canciones y, sí, también muchas resacas.

El dueño de este local ha tenido que elegir entre dinero o contacto humano, memoria, cultura viva y ha elegido dinero. Como no tengo nada que hacer, no tengo yo dinero ni herramientas, yo simplemente le maldigo, le calumnio, le injurio aquí, públicamente, por su pequeña aportación a la estandarización, a la pérdida de sabor, a la macdonalización del Casco Viejo de su ciudad. Las grandes políticas eligen una cultura cortoplacista, que solo se nutre de números de espectadores y repercusión mediática. Y cuando veo repetir esos tics podridos y deshonestos en las personas de a pie me da pena, me da ascopena. Puede que os suene todo esto a pasado nostálgico irrecuperable y ruinoso pero pensad quién demonios iría a Viena si sus cafés fueran Starbucks o a Italia si sus tabernas fueran Telepizzas. Tampoco pienso en una ciudad estancada en su pasado. Solo aspiro -aspiraba- a que los cuatro que quedan se mantengan en pie.

Me gustaría lanzar tres hurras borrachuzos por el Aldapa y advertir ese pequeña montañita de polvo de infamia que se ha dejado caer a sí mismo aquel sujeto y los avaros tiburones de la hostelería que van a demoler el local. Un pequeño montón de deshonra que apenas bastará un soplo para limpiar y olvidar. Solo quiero señalarlo mientras el polvo está en el aire. Cuando se disperse la niebla os quedará otro bar más, insípido, anodino, en el que sonará Melendi o Beyoncé, con decoración moderna o, casi peor, con disfraz de taberna vasca de un toda-la-vida medio inventado y hecho de cartón piedra fallero.