El caso de corrupción de la semana, la noticia que abre telediarios y acapara portadas es digna de agarrarse un buen cabreo, de indignarse y de pegar un puñetazo en la mesa, pero les seguirán votando. La mierda que salpica y pudre la política española se trata de las escuchas que el diario Público publicó hace unos días, y que pone entre la espada y la pared al ministro del interior, Jorge Fernández Díaz. ¿Cómo se puede tener la poca decencia de utilizar el poder, de hacer uso de las instituciones, para intentar frenar la amenaza de los independentistas por medio de una conspiración? ¿En qué siglo vivimos?
Todos los medios se hacen eco de la noticia, todos los ciudadanos (o la mayoría) se indignan con el gobierno corrupto, pero les seguirán votando. Los peces gordos del PP justifican el hecho de que el ministro no haya dimitido, les entra el victimismo y dicen que esto es una conspiración en su contra. ¿Queremos otros cuatro años de corruptos en el poder? ¿Otros cuatro años de indiferencia? Mi respuesta es clara, no. El futuro de una nueva España está en su mano, en su voto. Una España en la que las instituciones están para el pueblo, y no para las élites, sin puertas giratorias, sin desahucios, que no tolere a los corruptos, en definitiva, prometedora. Me llamarán populista, pero quizá es lo que necesita España, centrarnos un poco más en las necesidades y en las inquietudes de los ciudadanos de a pie y dejar de mirar hacia las altas élites. El PP, el partido de la corrupción, el partido de Camps, Rato, Barberá, Bárcenas y un sinfín de sinvergüenzas, con sede en Génova, ha destrozado, podrido y banalizado la política. Y aquellos que les votan permiten y son cómplices de esta corrupción. Espero que no les sigan votando porque además de corruptos, son inútiles.