Queridos padres: no llamen a sus hijos, ni los citen ante otras personas como enanos ni por supuesto consientan que otros así les llamen. Ya se oye con frecuencia frases como ésta: “Voy a recoger a los enanos de la guardería” o escrito por una persona popular culta: “El caso es que estoy viendo pasar el grupillo de enanos, y hay una niña que”... (esto ha salido publicado en la prensa).

Sus hijos tienen a los catorce meses o a los cuatro años la estatura (era, y espero que lo siga siendo, una costumbre en casa de los abuelos o tíos, cuando venía el nieto o sobrino marcar en una pared una raya con un lápiz y medir la longitud con una cinta de sastre) que les corresponde, pero su cerebro es muy ingenioso, listo, con capacidades genéticamente heredadas (hoy día se ve con claridad que aprietan y manejan los botones del ordenador o tableta con mucha más pericia que sus padres y, por supuesto, que sus abuelos) y una memoria desocupada con muchos megas. ¡Se puede decir irónicamente que a los niños no les cabe ni la menor duda!

Saben lo que quieren, cómo pedirlo, comen y descansan cuando están hambrientos o fatigados, aunque hay que crearles hábitos. En esencia son seres muy inteligentes, que dan sentido a la vida y no merecen ese alias algo despectivo.