Señor Rivera: ¿el aguijonazo sobre puntos neurálgicos de las nacionalidades históricas, el agravio en el delito o pena a sus ciudadanos, deben convertirse en medidas recurrentes por parte de un centralismo con el fiel de su balanza ajustado a las cortas miras, distorsionado? Señor Albert Rivera de visita en Altsasu, no sólo el Estado centralista tiene una historia. Las nacionalidades históricas comprendidas en el artículo 2 de la Constitución española también tienen la propia, y es esa historia la que junto a la educación -recordemos, Karl Jaspers, ahora que la filosofía vuelve a las aulas- se resume en el término de cultura. Y si la arquitectura histórica de ese Estado no logra seducirnos, sino que más bien se convierte para nosotros en la gran operadora del sentimiento de agravio, la sensación que nos queda es que su realidad, aún siendo real, tiene muy poco de racional.