Con el debido respeto, he de decirles que deberían despojarse de esas vestimentas que exhiben ante los mortales con puñetas de puntillas como si fueran oráculos de Delfos y fajarse un buzo de albañil o labrantil que hace zanjas con sudor, levanta casas o labra la tierra con sus manos, alimenta el ganado porcino y ordeña las vacas y las ovejas con olor a cuadra; individuos donde el sentido común impera por la fuerza de la ley de la vida, que es vivir como se puede. A tenor de la última sentencia que han emitido sobre el pago de impuestos, es imposible creer que gente letrada, como dicen de ustedes, decidan lo que para cualquier persona común ve absurdo. Les traiciona algo en su solemne testa, creo yo, y corríjanme si me equivoco, porque creo que la ley en sí no es tan torpe; más bien, diría que otro tipo de intereses, tal vez con la inconsciencia del sonámbulo, les obliga en la penumbra a decidir. Entonces entraríamos en el terreno de la psiquiatría; de lo contrario, yo cambiaría de oficio.
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