rotundamente sí. Y también más rotundamente, una gran ayuda para los enfermos. Mis felicitaciones a su periódico por el extenso y acertado reportaje que publicó el 25 de febrero titulado Hipermedicación, ¿una enfermedad del progreso? También por la elección de un médico de familia como uno de los articulistas. Somos nosotros quienes tenemos la más amplia visión de los problemas y beneficios del uso de medicamentos. Mi felicitación por su artículo a mi conocido colega, un médico con vocación y por tanto un buen médico. Hace casi 40 años que trabajo de médico de Atención Primaria. Lloraría de pena en cada consulta si tuviera ahora los medicamentos que disponía cuando empecé a mis 23 años. Mi pesadumbre sería intensa si los pacientes no pudieran tampoco beneficiarse de los métodos diagnósticos y terapéuticos actuales. El avance ha sido de tal magnitud que entonces habría sido un sueño, pura fantasía, si es que alguien alcanzaba siquiera a imaginarlo. La población en general no suele valorar esto. Se considera normal disponer de un medicamento que bloquea determinada transmisión nerviosa, otro que sustituye una carencia hormonal, otro que dilata los bronquios, otro que se administra con un parche en la piel y otros muchos más. Ni siquiera nos preguntamos admirados cómo es posible que una máquina en manos de expertos pueda detectar unas pocas células cancerosas en el pulmón. Ni tampoco cómo disponemos de una minicámara que tragamos y transita desde la boca hasta el ano, tomando imágenes de nuestro tubo digestivo y así sin poder acabar de hablar. Nadie se asombra de que un oftalmólogo inyecte dentro del ojo, en la mismísima mácula de la retina, un producto que salva al paciente de una ceguera segura. Ni de que un equipo de cardiólogos introduzca un catéter hasta una arteria coronaria obstruida y la dilate. Increíbles datos de laboratorio, admirables cotidianas cirugías, prótesis, reimplantes de miembros amputados, trasplantes de órganos. Y para qué seguir. Infinitas genialidades humanas y tecnológicas que, por desgracia, no valoramos. Como no valoramos que cualquier niño pueda con un simple clik mandar al instante una fotografia al otro lado del mundo. No tenemos remedio. Los medicamentos son lo más cotidiano y de uso más masivo y prolongado, de esta lista de avances en medicina. Los fabrican las habitualmente denostadas multinacionales farmacéuticas. Sin ellas estaríamos ahora curando con el bálsamo de Fierabrás de don Quijote (aceite, vino, sal y romero). En ellas trabajan cientos de investigadores que dedican su vida a su vocación científica, muy alejados de contubernios económicos. Obviamente hay de todo pero ¿en qué aspecto de la vida no lo hay? También hacen cosas mal, pero ¿en qué profesión o industria no? Cabe preguntarse el motivo por el que la investigación y la fabricación de medicamentos se deja en todo el mundo en manos privadas. Ningún gobierno la asume. La respuesta está en el coste económico. Se calcula en unas 25.000 las moléculas que hay que investigar y sintetizar para obtener una que llegue al mercado farmacéutico. Increíble, ¿no? Todo lo gastado en las demás es dinero tirado. Naturalmente, las autoridades sanitarias tienen que velar por que se cumplan las normas de investigación y ensayos en humanos. Y también por que los nuevos medicamentos se pongan en el mercado con un precio justificado y con una seguridad razonable, que nunca es total. Y esto, ¿por qué? Porque los ensayos clínicos en humanos se hacen con cientos de personas, pero cuando se pone en el mercado son miles o decenas de miles los pacientes que lo usan y de más variedad de enfermedades no relacionadas y, por tanto, con confluencia con otros medicamentos. Los efectos secundarios (a veces mortales) de escasa incidencia pueden a veces ser solo detectados en esta fase de comercialización. Por eso algunos son retirados del mercado. Este es un tributo que la sociedad está obligada a aceptar. Si no fuera así, el costo de investigación de un medicamento sería tan alto que no se podría pagar en el mercado. Y se tardaría tanto tiempo que se privaría a muchos pacientes de sus beneficios. Los médicos debemos usar los medicamentos necesarios con prudencia, pero sin miedo. Informando al paciente de posibles efectos secundarios y estando ambos atentos a estos, sobre todo, en pacientes crónicos o con medicamentos asociados. Ese es nuestro difícil y apasionante trabajo: diagnosticar lo necesario, curar o aliviar lo posible (con medicamentos o sin ellos) y vigilar que lo que hacemos no perjudique al paciente. En 2014 hubo un concurso de ideas de investigación en el ambito de la atención pimaria del Servicio Navarro Salud convocado por Navarrabiomed. Presenté una idea cuyo título era: “Prevalencia de efectos secundarios medicamentosos no detectados en pacientes crónicos”. Se quedó olvidada. A ver si a alguien que lea esta carta le gusta esta idea.

El autor es médico de familia