Tras muchos años de enfermedad esta semana se le ha acabado el olvido a Maribel Tellaetxe, una señora vizcaína con alzhéimer desde hace más de una década. “Los que llevan las enfermedades largas son los familiares más cercanos” he oído decir muchas veces a mi madre, después de vivirlo en primera persona. Esta señora portugaluja, tras ser diagnosticada, pidió a su familia expresamente: “Por favor, no esperéis a que me olvide de vosotros, a que no os reconozca como hijos o que no reconozca a aita. Ese día me tienes que ayudar a marchar”. Doce años después, falleció con aquella voluntad incumplida. Mucho tiempo ha de pasar todavía para que la política española se acerque a las legislaciones de Bélgica, Holanda o Luxemburgo, que regularizan una muerte deseada de manera asistida. La moralidad y la religión pesan mucho más que la voluntad y deseo de las personas ante un tema aterrador y tabuizado socialmente como es la muerte. No sabemos enfrentarnos a ella, no nos han enseñado nunca a convivir sin dramatismo con el último paso de la vida. No estamos preparados/as.

Cuando una persona lleva a cabo su muerte voluntaria, un suicidio, aparecen los porqués, los juicios, la señalamos asociándola muchas veces con enfermedad mental, “estaba loca, mal de la cabeza”. Como sociedad marginamos, creamos una barrera, que creemos autoprotectora, y nos impide crecer y evolucionar puesto que nos coartamos la reflexión y el análisis de qué ocurre para que una persona decida poner fin a su vida o tenga el valor y la serenidad de pedir una ayuda final a un ser querido por si alguna vez se encuentra impedida o en una situación física-cognitiva no deseada e irreparable.

No quiero generalizar porque existen asociaciones, productoras de teatro y cine, y muchos familiares que llevan trabajando mucho tiempo para que estos deseos sean legales, pasen a ser derechos. Trabajando, al menos, por la visualización. El debate, el rumor de fondo en la calle ya está abierto, no es ni mucho menos el primer caso y no parará aquí. Maribel creo que quiso para sí el no sufrir, pero el tiempo lo puso fuera del alcance de su mano y una ley/legisladores incapaces, impidieron un final mucho antes deseado. Las estadísticas señalan que en apenas treinta años el alzhéimer y el cáncer serán padecidas por cientos de millones de personas. Será también insostenible económicamente para la economía de los Estados. ¿Hasta cuándo se negará la dignidad en la muerte de una persona? Desaprendamos el rechazo a la muerte.