La Manada nos ha caído a todos como una bomba para poner los pies en la tierrra y nos hemos dedicado más a sentenciarlos que a reflexionar.

Cuántas personas hemos tenido que someternos a un jovencito en fiestas de nuestros pueblos cuando éramos niñas/adolescentes. A la más fea se la llevaban al campo, “a ver si tenía algo que dar”. Entonces parecía todo normal (para ellos), pero suceden cosas.

Yo lloré y lloré porque a mí me había pasado algo que no podía contar a nadie.

Años después, cuando el machito había equilibrado su vida, me pidió perdón. Ese perdón llegó tarde porque ya no será nunca yo. Y eso pasa y pasa.

Ojalá que nos puedan entender, respetar y nos olvidemos de sus jucios y poder mediático.

Un pasito siempre nos hace mejores.