El papa Francisco ha recibido al expresidente de Brasil Lula da Silva, ha dialogado con él por un mundo más justo y fraterno y le ha bendecido, lo que ha indignado a los que no están de acuerdo con el lema de una Iglesia pobre y para los pobres. Una vez más se han vertido sobre él las acusaciones de comunista y hereje. En esto se parte de un concepto político, a mi juicio, cuando menos obsoleto, esto es, que la izquierda representa el anticristo y la derecha el orden natural. Y, sin embargo, la Iglesia siempre se ha manifestado en contra del capitalismo salvaje, aunque antes desde la extrema derecha. A muchos jóvenes les sorprendería descubrir que Falange Española, por ejemplo, proponía la nacionalización de la banca, lo mismo que el Partido Comunista. No obstante, la derecha neoliberal defiende la libertad de mercado a ultranza, la minimización de los derechos de los trabajadores y la privatización de los servicios públicos. Donde triunfan estas políticas se crean submundos marginales muy populosos en que el empleo no soluciona el tema de la pobreza, ya que personas que deben trabajar más de cuarenta horas a la semana carecen, incluso, de un seguro médico. Que el modelo económico de la URSS no alcanzase sus objetivos sociales no significa que no se deba seguir reflexionando sobre cómo solucionar y corregir los grandes desequilibrios y contradicciones que genera la economía de mercado, caracterizada por la especulación y la desigualdad entre las clases sociales. Quienes tachan al Papa de marxista tal vez deberían leer, por ejemplo, la encíclica de Pablo VI El progreso de los pueblos o, incluso, Caritas in Veritate del propio Benedicto XVI. Por otro lado, el papa Francisco ha abordado en su encíclica Laudato Si uno de los problemas más graves de que adolece el mundo: la contaminación global y la acumulación incontrolada de residuos. La izquierda ha enarbolado el emblema del ecologismo en las últimas décadas. Mariano Rajoy negaba no hace mucho el cambio climático y Donald Trump simplemente lo ignora. ¿Debería la Iglesia mirar para otro lado ante la alarmante degradación del planeta para no favorecer el voto de izquierdas?

Por supuesto, habrá quien apele a la moral para condenar cualquier atisbo de apoyo posible al progresismo. En este asunto, como defiende el papa Francisco en la exhortación apostólica Amoris laetitia, debe primar el respeto y el amor hacia todos los seres humanos. No se puede olvidar que los percibidos como diferentes (por ejemplo el colectivo LGTBI+) son individuos que sufren mucho a causa de la discriminación, del estigma y en algunos casos del autoestigma. En mi opinión, se debe discernir quirúrgicamente entre la moral y la ley, es decir, que algo no nos parezca bien no debe implicar per se su prohibición. Recordemos que en el franquismo una infidelidad conyugal podía conllevar prisión para la mujer y que en la actualidad, con independencia del concepto de pareja o de familia que se tenga, todos estamos de acuerdo en que eso sería una barbaridad; ejemplo de cómo se puede quedar completamente desfasada la aplicación legal de un concepto moral que para la mayoría sigue siendo inamovible. Y es que la Iglesia debe gozar del derecho a proponer y divulgar su código moral en privado y en público, pero no a imponerlo al conjunto de la sociedad, porque la democracia entraña un régimen de libertades que recoge en primer lugar la libertad de pensamiento y de conciencia y de actuar en consecuencia, además de una pluralidad política imprescindible. Ahora bien, el mismo respeto debe primar para quien profesa el catolicismo u otras religiones, siempre y cuando estas últimas no contravengan los derechos fundamentales de las personas y promuevan la paz y la concordia, porque la libertad de conciencia incluye el derecho a manifestar una religiosidad que siempre ha estado presente en las sociedades humanas como una necesidad para muchos.

El autor es escritor

¿Debería la Iglesia mirar para otro lado ante la alarmante degradación del planeta para no favorecer el voto de izquierdas?

Se debe discernir quirúrgicamente entre la moral y la ley, que algo no nos parezca bien no debe implicar 'per se' su prohibición