Lo terrible no es que tengamos que seguir con este confinamiento, sino que siga aumentando cada día el número de contagios y fallecimientos a causa del coronavirus. Por supuesto que no es saludable tantos días de encierro, ni para niños ni para ancianos ni para quienes viven solas, mal acompañadas o en un minipiso sin vistas, por muy distinta que resulte la capacidad de adaptarse de las personas; pero este sacrificio es necesario para evitar males mayores.¿Son planteables medidas de respiro para que la gente pueda salir de sus casas a pasear o tomar el aire? Quizá, pero sin perder de vista que lo importante es no poner en peligro a quienes ahora se mantienen a salvo. Poco sentido tendría relajar algunas medidas si cada vez se exige mayor esfuerzo al personal sanitario, que además está arriesgando la salud y la vida en mayor medida y peores condiciones que el resto. Que niños y niñas tengan que quedarse en sus casas no es lo peor que puede pasarles si no les falta alojamiento, comida ni asistencia médica. Lo terrible es que estos niños y niñas pierdan a seres queridos. Es comprensible que se agote la paciencia, pero no va a ayudarnos para nada vivir en el fastidio y la rabieta, sino seguir aprendiendo a comportarnos de manera que salgamos de esta epidemia más fuertes y conscientes de los retos que hemos de asumir como comunidad humana. Lo terrible sería que nos importe más la deriva de la bolsa que fundar estrategias para prevenir y actuar en futuras epidemias, crisis humanitarias y la amenazada sostenibilidad ambiental. Ojalá este virus haga resonar las voces que ya claman por cambiar las reglas del mundo para salvarlo. Ojalá nos sirva para algo esta primavera.