l artículo 26 de la CE dice así: "Se prohíben los Tribunales de Honor en el ámbito de la Administración civil y de las organizaciones profesionales". Sin embargo, esta institución, prohibida solo durante la II República y el Régimen del 78, pertenece a la tradición jurídica específicamente española. Básicamente se trataba de un examen oficial e institucional de si un profesional en particular había llevado una vida acorde a la moral convencional por la que se mereciese el cargo al que aspiraba o que ya había conseguido. Si el tribunal de honor dictaminaba que ese ciudadano no era una persona decente, se le destituía o se le impedía acceder a esa profesión o a ese cargo de la Administración a que su capacidad y trabajo le hacían merecedor. Antes de llegar a una conclusión u otra, el tribunal de honor examinaba su vida privada, familiar e íntima hasta en sus detalles más nimios, con lo que su privacidad sufría un menoscabo irreparable, además de implicar un juicio moral incompatible con los valores democráticos y de un régimen de libertades. No es ninguna casualidad que una de las primeras medidas que adoptó la dictadura franquista tras haber derrotado militarmente a la II República fuese la reinstauración de esos tribunales hipócritas y mezquinos. En 1978 se publicó una interesante obra literaria (habrá a quien le parezca un antigualla) titulada Santa Margarita ante un tribunal de honor, escrita por José Folch Vernet, un notario catalán, en que se describe su funcionamiento y muestra cómo su verdadera intencionalidad no era otra que abortar el ascenso profesional de quienes pusiesen en riesgo las prebendas institucionalizadas de políticos, funcionarios y profesionales corruptos y venales. Esto entronca con una característica muy peculiar y muy arraigada en la personalidad española, esto es, la falta de sana deportividad en la competitividad profesional, una de las causas clave de que este Estado no prospere al mismo nivel que otros países europeos, donde les cuesta mucho menos que aquí reconocer la valía humana y los méritos del contrincante, y su derecho a progresar en el escalafón social y a incrementar su nivel de renta.

Desde 1978, estos tribunales no existen como institución oficial, pero siguen estableciéndose a un nivel callejero, social y mediático. Como consecuencia, en cuanto un ciudadano destaca por uno u otro motivo, la dinámica social lleva a cuestionar su pasado, a examinar hipócritamente todos los hechos de su vida personal, familiar e íntima, poniendo en solfa todos sus logros profesionales, difamándole y calumniándole, negándole su dignidad como ser humano y, en suma, combatiendo su nueva prosperidad por medios ilícitos. Ya lo dice uno de los libros sapienciales de la Biblia: "La calumnia abate hasta a los sabios". Y es que esa práctica nefasta tan española de los tribunales de honor sigue estando vigente en la forma de actuar de los grupos profesionales o vecinales o familiares y siempre tiene el mismo fin: el de evitar que alguien en particular, con tozuda frecuencia de origen humilde o proletario, prospere o alcance sus objetivos profesionales. Y siempre se emplea el mismo método: negarle su derecho a prosperar atentando seriamente contra su reputación con base en causas personales e íntimas, que tienen más que ver con la moral predominante que con su curriculum vitae. Y detrás de ese juicio de valor se esconde la envidia y la falta de honestidad, una competitividad acérrima y el deseo ilegítimo de echar la zancadilla a quien comience a aventajar a dinosaurios que viven de las rentas de un pasado más o menos brillante pero remoto. La gran paradoja de estos juicios se hallaba en que, aunque el tribunal dictaminase que en efecto al encausado se le podía considerar decente o con honor, su vida íntima había sido comentada y examinada públicamente hasta en sus más mínimos detalles, con lo que se conseguía lastimar su integridad moral y su dignidad. Y ese daño lo infligía o lo inflige el propio tribunal.

El autor es escritor

En cuanto un ciudadano destaca por uno u otro motivo, la dinámica social lleva a cuestionar su pasado